Dirección: Albert Boadella. Reparto: Jesús Agelet, Begoña Alberdi, Josep M. Fontseré, Ramón Fontseré, Joan Gallemí, Ramón Llimós, Minnie Marx, Pilar Sáenz y Xevi Vilá.
“La tierra es un teatro, pero tiene un reparto deplorable”, dejó escrito Oscar Wilde. ¡Y qué razón tenía!
Se enciende la luz. El público aplaude extasiado, admirado. El teatro a reventar. De pronto, un señor de pelo blanco y dientes a juego, se levanta. Pero no es para irse. Dos filas más atrás, una mujer desesperada abandona su bolso sobre la butaca y hace lo mismo. No dejan de aplaudir. Poco a poco, otros muchos los imitan. No es el club de los poetas muertos subiendo a sus pupitres, son eibarreses entusiasmados. El alboroto es atronador, la carne de gallina me obliga a aplaudir más fuerte. En el escenario, los actores cabecean y se inclinan, radiantes. Agradecidos por el elogio. Un elogio que se han ganado de sobra durante dos horas fugaces.
Esto podría ser la realidad, si no fuera porque Albert Boadella nos recordó que es una mentira. Que la única verdad suprema es el teatro.
Els Joglars rescató esta obra el año pasado, para celebrar su 50 aniversario. Una creación de 1993, que sin embargo, hoy es más adecuada que nunca. Los años no sientan igual a todos… ni a todo. “El Nacional” es un musical, pero también es una feroz crítica a la inflación artística, al elitismo cultural, a las vanguardias…
La enorme complejidad burocrática y laboral que se ha organizado en las artes, entre la simple formulación de la idea creativa y su realización práctica, ha propiciado el intervencionismo tutor de los Estados con su nuevo modelo de nacionalización de la cultura elitista. No obstante, el periodo del despilfarro y la opulencia parece tener fecha de caducidad y habrá que inventarse nuevas formulas para la subsistencia del gremio y la continuidad del gran repertorio.
Escribe Boadella.
¿Y quién podría resucitar y renovar el arte lírico? ¿Quién podría devolverlo a su emocionante sencillez? Un Quijote. Un idealista medio sonado. Un viejo acomodador del otrora Teatro Nacional de Ópera, ya en ruinas por culpa de la crisis, obsesionado con el Rigoletto… ¡De Shakespeare! Ese bufón jorobado es el símbolo del arte escénico, en los “desvaríos” del viejo Don José.
Una profesión de rebeldes y asilvestrados, todo lo contrario de la farándula elitista, petulante y sumisa, que ha degradado el gremio de lo que fue el glorioso oficio de pícaros, putas, cabrones y maricones, enterrados fuera del camposanto
El anciano reúne un grupo de actores no maleados para revivir su capricho verdiano, y no tener que contentarse con las voces del pasado. Unos indigentes, que no indignados. Borrachines, prostitutas, pillos ladronzuelos, músicos callejeros y una antigua mujer de la limpieza, que aprendió las arias de tanto escucharlas. El pacto está claro. Unos necesitan un techo y el otro, unas piezas de ajedrez. Así que el pago por su colaboración en el extravagante proyecto, será pernoctar entre los restos del monumental coliseo.
Viene a decirnos que en estos momentos tan duros, el problema no son los otros, eres tú. Tienes que luchar, poner tu grano de arena para cambiar lo que no te gusta. Es lo que hace Don José
Explica Ramón Fontseré.
El abuelo los adiestra con mano firme. Castiga las imitaciones, corrige la naturalidad en las tablas, monta en cólera cuando se manifiesta el fantasma de la vanidad, reprocha el histrionismo, reniega de cualquier atisbo intelectual. Exige respeto a ese templo sagrado. Necesita “mirar y oler” la obscenidad y la transgresión.
A lo largo y ancho de esta composición en tres dimensiones, tan de moda últimamente en el cine, por cierto, tanto Ramón Fontseré, como el resto de payasos… ¡Perdón! ¡Me confundieron las narices rojas! Como el resto de actores, decía… ejem… despliegan su conmovedor talento. Te hacen reír, gozar, emocionarte…
Boadella se queda a gusto. No lo podrá negar. Acuchilla a diestro y siniestro, y no deja títere con cabeza. Arcabuzazo a crítico, inclusive. El marionetista dirige el espectáculo con una asombrosa sensibilidad.
Me encantó. Aunque ahora tenga que odiarlos. Mi nivel de exigencia ha subido. Ya no podré saborear cualquier función con la misma inocencia.
¿Conseguirán las excavadoras y las piquetas demoler el viejo teatro? ¿Resistirá Don José ante el empuje de los nuevos tiempos?
Deberías resolver estas dudas comprando una entrada. Si yo fuera tú, lo haría sin dudarlo.