Determinados escritores tienen la capacidad de mantener inalterada su enorme fama años después de su muerte. Otros van pasando poco a poco al anonimato hasta desaparecer por completo de las librerías. Saki seguramente acabe perteneciendo al segundo grupo, pues a día de hoy ya es un escritor poco conocido por el gran público.
Bajo del seudónimo de Saki se escondía Hector Hugh Munro, un auténtico maestro del relato corto y uno de los máximos exponentes del ácido humor británico.
Nacido en Birmania, su madre murió al poco de nacer él (al parecer corneada por una vaca) y el joven Hector fue enviado a Inglaterra con dos tías solteras y de personalidad severa e intransigente, lo cual le amargó la niñez, le convirtió en un hombre de carácter difícil y le permitió observar y estudiar a la clase media de su época, que sería el principal foco de sus incisivas críticas.
Fruto de esa niñez desdichada y amargada surgiría una de sus mejores historias Sredni Vashtar, un cuento no exento de humor negro y de un realismo mágico que te hace plantearte la veracidad de lo que estás leyendo, deseando que sea cierto aunque sepas que es imposible.
Escritores como Borges, Roald Dahl o Tom Sharpe han sido grandes admiradores de Saki y, en mayor o menor medida trataron de emular o continuar su estilo en muchas de sus obras.
Borges decía de Saki: “Con una suerte de pudor, Saki da un tono de trivialidad a relatos cuya íntima trama es amarga y cruel. Esa delicadeza, esa levedad, esa ausencia de énfasis puede recordar las deliciosas comedias de Wilde“. Tom Sharpe ha llegado a decir: “Si empiezas un relato de Saki, lo terminarás. Cuando lo hayas terminado querrás empezar otro, y cuando los hayas leído todos nunca los olvidarás. Se convertirán en una adicción, porque son mucho más que divertidos“. Por su parte Roald Dahl opinaba: “Sus mejores historias son siempre más bellas que cualquier obra maestra de cualquier otro escritor“.
En la madrugada del 13 de noviembre de 1916, cerca de Beaumont-Hamel se oyó gritar al sargento Munro: “Apagad ese maldito cigarrillo“. Esas fueron sus últimas palabras, pues apenas unos segundos después una bala le atravesó el cráneo. Así era Saki: sencillo, conciso y macabro. Su final no podía llegar de otra manera.