Es domingo y me despierto a las 7:45. Aún no ha amanecido, la oscuridad envuelve un día que se presupone resplandeciente. Sonrío. Me miro al espejo del baño acariciándome el mentón. Dejo de sonreír. Hoy no me afeito, la barba de tres días tiene su punto, el problema no es la barba. Me pego una duchita, me pongo pantalones vaqueros y un polo, y caliento la leche para desayunar mi Cola Cao de cada día. Tengo la mochila preparada, la acreditación, la Nexus 7 con su teclado, un cargador para el móvil, un botellín de agua, mi planning y un librito que nos entregaron el viernes en el que aparecen todas las películas. El librito pesa lo suyo y lo del Quijote. Ya empiezo a activarme.
A las 8:30 cojo el autobús de Pesa. Sé que llegaré muy ajustado, que tendré que correr un poco desde Amara hasta el Teatro Victoria Eugenia pero desgraciadamente, no hay otro antes. Es domingo. He descartado el coche porque soy un ex-amaxofóbico que no disfruta al volante, nunca soñé con ser Ayrton Senna. No te rías. A lo lejos veo Donostia justo cuando rompe el día, el cielo naranja me da la bienvenida al Festival.
La primera película es a las 9:30, y dos minutos antes aún estoy acelerando junto al río Urumea, colocándome la acreditación de lazo azul al cuello. Pero llego, el puente se derrumba tras mis pasos. No soy el único que ha apurado la hora, somos un grupito jadeante, una de las chicas nos dice que subamos a los palcos del tercer piso. Entramos al ascensor, aunque parece el camarote de los hermanos Marx, no sabes a dónde mirar. Resoplo y busco el techo. ¡Stop! Otro empleado nos enseña la palma de su mano. Al segundo. Empiezo a agobiarme, sudores fríos. Ahí sí. Entonces, apagan las luces y obviamente, no distingo nada, esto se complica. Subimos por unas escaleras muy estrechas buscando un sitio libre, a tientas, lo veo todo muy negro. Empieza la película y no quiero molestar demasiado. ¡Qué más da! ¡Al suelo! Me siento en un peldaño y los de detrás me imitan. Como en casa, Dans la maison, una deliciosa película de la que hablaré aquí en Xombit antes de que gane la Concha de oro. El escalón era extrañamente cómodo, por cierto.
A las 11:15 respiramos aire puro, y me fijo en la batería del móvil. ¿Cómo puede bajar tan rápido? A las 12:00 es la siguiente, lo sé, no necesito mirar el planning. Así que me dirijo al Kursaal para ponerme a la cola, esta vez quiero un buen sitio. No son butacas numeradas. Toca Savages, la película de Oliver Stone. Tengo ganas de verla. Después de la de François Ozon será un contraste salvaje. Mundos diferentes. John Travolta y Benicio Del Toro pululan por estas calles, y sin embargo, yo quiero verlos en la pantalla, no en la realidad. Benicio es un catedrático de la interpretación, qué tío. Pensando y pensando, cruzando la carretera al trote, ¡por el paso de cebra! llego a mi destino. Y si…
Sí, voy a mirar el planning. El sexto sentido, que no es exclusivo de las mujeres por mucho que se lo apropien, me da dos toques en el hombro. ¡Bingo! Savages no es en el Kursaal, es en el Victoria Eugenia otra vez. Vuelta atrás. Gracias a Dios, solo tengo que desandar 300 metros. Me pongo a la cola y abro el periódico gratuito del Zinemaldi. Noticias frescas. Media hora antes de cada proyección abren las puertas de los cines, así que al poco estoy dentro otra vez. Pero ahora puedo elegir, escojo la mejor butaca, centrada, junto al pasillo, a la distancia adecuada de la pantalla, la boca del botellín sobresaliendo de la mochila a mi lado. Me encanta que los planes salgan bien.
Savages es una carnicería que deslumbrará a Tarantino.
Dos emprendedores de Laguna Beach, Ben, un budista pacífico y caritativo, y su mejor amigo Chon, exmiembro de las fuerzas especiales de la Marina estadounidense y exmercenario, han montado un lucrativo negocio casero: plantar y vender una de las mejores marías que jamás se ha obtenido. También comparten un amor único con la extraordinaria y bella Ophelia. Llevan una vida idílica en este pueblecito del sur de California hasta que se instala un cártel mexicano de Baja California y exige que el trío se asocie con ellos. Pero la despiadada jefa del cártel y su brutal matón Lado no toman en cuenta la fuerza del vínculo que une a los tres amigos. Ben y Chon, con la ayuda que les proporciona a regañadientes un escurridizo y nada limpio agente de la DEA, deciden librar una guerra imposible contra el cártel. Así empieza una serie de maniobras y estratagemas cada vez más salvajes en un enfrentamiento donde ambas partes se juegan mucho.
131 minutos después veo la luz. Ha sido entretenido, pero he tenido que apartar la mirada más de una vez, hay escenas muy fuertes, muy violentas, gore sin compasión. Creo que me estoy volviendo blandito, voy a tener que tragarme la trilogía de Harry el sucio y La matanza de Texas de 1974 en una tarde. Una maratón de testosterona. Lo más curioso e infantil de la película es el triángulo equilátero de los protagonistas. ¿Compartirías a tu chica con tu mejor amigo? Y no hablo de una noche, ni siquiera de unos días. Hablo del amor de tu vida, la persona con la que te gustaría caminar de la mano hacia la luz.
¡Ben Affleck está dando una rueda de prensa en el Kursaal! Voy a verlo. Tras pasar el primer filtro, una azafata muy guapa me pide la acreditación y me la cambia por unos cascos que me servirán de traductor. Qué aburrido, por favor. No tengo tiempo para perderlo así, y menos hoy, me voy. Me acerco a la taquilla 526 y la abro, a ver qué han dejado hoy las productoras. Normalmente “regalan” propaganda de las películas, folletos que miras por encima. Aparte de eso, cada día encuentras un papel con todas las películas a las que tienes acceso. Un chollo. Pero no me odies…
He pasado varias horas sentado, y aunque parezca increíble, no he parado. Miro el reloj del móvil, solo tengo tiempo de comer un par de pintxos en un bar de Gros. Más que comer, engullir. Uno es una bola de queso que está riquísimo. A las tres post meridiem llega Catherine Deneuve y no puedo faltar a la cita…
¡Mi móvil se muere!
En Dans la maison el protagonista escribe unas redacciones para su profesor de francés, que siempre terminan con un “Continuará”. En ellas, mezcla la realidad con la ficción. Yo también imito a la vida, por lo que liquidaré igual esta primera parte de “Un día en las carreras… en el Zinemaldia”. Un aviso: falta lo mejor.
Continuará…