Para los que tenemos la costumbre de dedicar un par de horas cada semana a deambular por librerías es bastante habitual encontrarnos con volúmenes que ni siquiera sabíamos que existían por mucho que hayamos leído. Ese es un momento mágico: encuentras un título que te seduce, una portada, un autor nuevo para tí e, inmediatamente das la vuelta al libro o lo abres por la primera página y lees algo sobre él, o sobre el autor, o sobre ambos. Dejas el libro donde estaba, das media vuelta y, entonces, un destello en tu cerebro dice ¿por qué no? Vuelves a coger el libro, pasas páginas, lees unos párrafos al azar y decides llevártelo.
Esa es exactamente la manera en que El lobo de Joseph Smith llegó a mí.
A lo largo de esta novela de poco más de cien páginas, el autor nos desvela el lado más brutal de la lucha por la vida y nos introduce en un mundo de sensaciones, intuiciones y todo tipo de comunicación no verbal.
A pesar de acompañar a un sanguinario depredador, como es el lobo, llegamos a comprender su punto de vista y su único objetivo: la supervivencia.
Esta historia ha sido descrita en ocasiones como una fábula, pero nada más lejos de la realidad: ni le atribuye a los animales características humanas ni pretende aleccionarnos acerca de nada. Al igual que en las películas de Tarantino el mensaje es que sólo importa permanecer vivo, aguantar un día más, no morir hasta los títulos de crédito.
Junto a este mensaje que impregna toda la novela, se añaden una serie de pequeñas situaciones que pueden llegar a hacer que nos planteemos sentimientos como la amistad, la solidaridad o la ira, y que escarbemos un poco en nuestros sentimientos con el mundo, con la vida y con los que nos rodean.
Ciento veinte páginas llenas de reflexión, hambre y necesidad. Una oportunidad de mirar nuestros problemas desde otro ángulo. ¿Qué haríamos en esa situación? Quizá no sea el lobo tan fiero como lo pintan…