Hace algunos años, tomando unas copas en casa de unos amigos mayores que yo uno de ellos comentó: ¿os habéis fijado que largos eran antes los veranos y que fríos los inviernos? Lejos de rebatir esa afirmación inquisitiva comencé a hacer memoria, a pensar un porqué que, obviamente, no estaba a mi alcance.
Pasadas unas semanas y con el inicio de un nuevo año tomé la firme determinación de ir anotando todos aquellos momentos relevantes, curiosos o fatídicos de mi vida. No adopté para ello la forma de diario verboso sino la de bitácora: un pequeño log de todos los cambios que se iban produciendo a mi alrededor con el lugar, la fecha y una pequeña descripción de la situación. Finalizado el primer año de ejercicio memorístico y con la resaca del año nuevo todavía en el cuerpo me puse a revisar mi trabajo y quedé gratamente sorprendido: mi cerebro se empeñaba en recordar que había pasado un año a la velocidad de un cohete y que hacía poco tiempo que había comenzado a escribir mis vivencias, pero el cuaderno de bitácora estaba lleno de anotaciones y, rememorando una tras otra en su contexto surgía nuevos recuerdos, miedos y angustias, alegrías y decepciones que desmentían esa sensación de que el año había sido muy corto.
Psicólogos y neurocientíficos llevan años dándole vueltas a este fenómeno de “relativismo temporal” planteando teorías que intentan explicarlo. Desde el Babylor Collage of Medicine David Eagleman, neurocientífico especializado en el estudio de la percepción del tiempo, aporta una idea novedosa: explica la aceleración de la vida a medida que nos hacemos mayores vinculándola al gasto energético de nuestro cerebro cuando procesamos información.
Según su teoría, cuando una experiencia es nueva, nuestro cerebro consume más cantidad de energía porque prestamos más atención y registramos más detalles, siendo este esfuerzo mental el que produce la sensación de que el tiempo transcurrido es mayor. Por el contrario, ante experiencias repetidas no registramos tanta información, consumimos menor cantidad de energía y tenemos la sensación de que han ocurrido menos cosas. Dado que la gran mayoría de experiencias nuevas se producen durante las primeras etapas de la vida es lógico pensar que nos parezcan más largas que otras ocurridas con posterioridad, pues nuestro cerebro trabajó más para registrar esas vivencias y tiene almacenado un recuerdo más completo de las mismas.
La teoría de Eagleman es sólo una más dentro de un proceso de investigación que viene de varios siglos atrás. Parte de este proceso ha sido recogido por el profesor de la Universidad de Groninger Douwe Dreaisma en su libro titulado ¿Por qué el tiempo vuela cuando nos hacemos mayores? Como es de suponer, dentro de este universo de teorías no se sabe cuánto de cierto hay en cada una de ellas ni cuándo se conocerá la razón o razones exactas del fenómeno de la aceleración temporal pero aún así una cosa puedo deciros: registrad vuestras vivencias (relevantes o no) con fecha y lugar y leedlas de vez en cuando. El resultado os sorprenderá.