Carta de Frodo, el señor de los pingüinos

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Frodo, el señor de los pingüinos, está viviendo su particular odisea. Es un sufridor nato. No son dibujos animados, es una historia real. Está cojo y los demás pingüinos salen corriendo cuando se acerca. Una injusta condena, que podría pellizcarte. No creo que Frodo pueda denunciarlos por discriminación, así que su única salida es integrarse. Aunque los odie el resto de su vida, en silencio. Necesitaba un zapato ortopédico y parece que lo va a tener. Ojalá.

Esta mañana hemos recibido esta carta en Xombit. La divulgo sin un solo cambio. Tal cual.

Hola, chicos:

Me llamo Frodo. Sí, como el del señor de los anillos, pero no he visto la película, así que puedes tachar los chistes facilones que estabas a punto de soltar, no los voy a entender. Tengo problemas más serios. Como no puedo llamar a la radio para contar mi historia, he decidido publicar esta carta en Internet. Y sé que en Xombit me leerán miles de personas…

Faunia

Te cuento. Nací muy joven, y al poco tiempo, ocurrió una gran desgracia, me caí. O me tiraron. No hubo juicio y yo aún no me enteraba de nada, pero me temo lo peor. El caso es que me quedé cojo. Para toda la vida. Tengo una herida crónica en el punto de apoyo de mi pie izquierdo. ¡No veas lo que duele! ¡Y qué pintas tengo al caminar!

Vaya, se me olvidaba un dato importante. Soy un pingüino. Vivo en Faunia. Un jardín botánico y parque zoológico. En el distrito de Valdebernardo de Madrid. Nos busques en la jungla, ni en el bosque africano, me encontrarás en el polo. Mi casa. Un pedacito de la Antártida, el mayor ecosistema polar de todos los parques naturales de Europa. O eso dicen, porque yo viajar, viajo poco. 2096 metros cuadrados, que me conozco como la palma de la mano; de mi cuidadora.

Somos unos 100 pingüinos de siete especies diferentes: Adelia, Barbijo, Humboldt, Magallanes, Gentoo, Rey y Saltarrocas. Como no tengo espejo, ni estudios, no sabría decirte a cual pertenezco yo. Al parecer nos distinguen por el plumaje y por el tamaño. Aunque a mí todo eso, me da igual. Tengo un asunto propio, que no me deja pensar en nada más. Mi tormento personal.

Señor de los pingüinos Faunia

Vivo solo. Me tienen excluido. Aislado. Si fuera porque soy un broncas o un cantamañanas, podríamos decir que me lo tengo merecido, pero nada que ver. Soy un buen tipo. Sonrío cada mañana, nunca se me olvida saludar con un “Buenos días” a todos los que se cruzan conmigo, pido las cosas por favor, doy las gracias… ¡Soy educado! ¡Y salen corriendo cuando me acerco! ¡Hasta mis padres!

Me paso el día deambulando solo por mi ecosistema, paseando cabizbajo y amargado. Pegando patadas a los copos de nieve. Observando cómo ligan mis “iguales”, cómo ríen y juegan, cómo corretean felices, cómo surge el amor… Espero que ninguna lágrima manche esta carta. Si es así, lo siento. No era mi intención. Soy más duro que Chuck Norris, pero a veces… a veces me derrumbo, me caigo. No hay día, en el que no maldiga mi suerte. Eso sí, siempre me levanto. ¡Arriba!

Hay una pingüina que… me gusta. Creo que yo también le gusto. Sin embargo, no puede ser, es un amor imposible. El qué dirán… ya sabes. No me puedo acercar. Su familia me lo impide, soy el cojo, quieren algo mejor para ella. No los culpo. Y siempre pululan tantos pingüinos a su alrededor… ¡Con esta pata chunga no me puedo defender! ¡No puedo atacar! ¡Se ríen de mí! ¡Necesito sentir un pico, extendiendo una capa de aceite por mi cuerpo!

pingüino

Cuando ya no soporto tanto sufrimiento, me lanzo al agua. Ahí soy uno más. Ejem. Todos saben quién soy. Me quedo flotando y descanso un rato. Nado, como y “vuelo bajo el agua” junto a un esqueleto de ballena. Es fantástico. Buceo contemplando las estrellas de mar y el pez escorpión. Soy casi feliz.

Dos días por semana, toca cura. Ufff… las curas. Sé que lo hacen por mi bien, pero son tan dolorosas, que preferiría vivir en el desierto del Sáhara, si con eso, me librara de esta tortura. Me cuentan que los perros no discriminan a los cojos, que se divierten juntos, en los parques y en las playas. Pero los pingüinos nos parecemos más a los seres inhumanos. Una pena.

Me queda un rayo de esperanza. En Estados Unidos había un pingüino cojo, como yo. Igualito. Y ahora se ha integrado perfectamente con los demás. Lo aceptan. Le colocaron un zapato ortopédico, que le ayudó a que la herida cerrara y por tanto, dejó de cojear. ¡Ayudadme!

Estos días he salido en la televisión y parece que ya hay varios candidatos para hacerme un zapato. Si no sales en la tele, no eres nadie. A ellos, y al resto de personas que se han preocupado por mí, debo decirles, gracias. Pero… un par de cositas. El zapato tiene que ser transpirable. No es que no quiera sudar, es totalmente imprescindible. Y ahora lo más importante. No soy Carmen Lomana, o sea que no necesito unos Manolo Blahnik, ¡pero tampoco quiero unos zapatos de mala calidad! ¡Que me duren toda la vida, por Dios! ¡O hasta que esté curado! ¡Que no sean Mike! ¡Ni Asdida! Lo siento. No quería gritar. ¿Qué os parecería si me regalan otros para los domingos? Hay que estar guapo y elegante.

Gracias, búho Xomy, mi buen amigo.

Atentamente.

Frodo.

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