Supón que te despiertas de la siesta y Krusty, el payaso de los Simpson, intenta explicarte la primera ley de Newton, con su cara a 20 centímetros de la tuya. A grito pelado. La primera impresión tiene que ser acojonante. Perdón.
Miras a los lados y ves que te encuentras en una gigantesca nave industrial, no es tu casa, ni tu habitación. ¿Qué pasa? ¿Dónde estoy? ¿Qué he hecho para merecer esto? Hay cientos de camas idénticas, no te da tiempo a contarlas pero jurarías que son muchas más que en el disco de Pink Floyd, “A Momentary Lapse of Reason”.
En cada una de ellas se repite la misma escena, cientos de Krustys desplegando con toda naturalidad sus grandes dotes pedagogas, dando la misma clase de física básica, creyéndose un premio Nobel del ramo. El histrión animado, gesticula simultáneamente en cada una de las camas. Eres el único que parece aturdido, el resto de “oyentes”, disfrutan cómodos, ríen a carcajadas, aplauden cada vez que suelta una sentencia irrefutable.
¡No! ¡Esa ley la publicó el viejo Isaac en 1687! ¡No es nada original! ¡No es un genio! ¡Sólo repite algo que todos sabemos y que hemos escuchado mil veces! ¡Y no tiene gracia! No importa, todos están encantados, aunque tú no entiendas por qué. Aguanta, te dices, pronto acabará y podrás seguir con tu vida. Una experiencia más. Es tiempo de reflexionar… ¿por qué eres el único al que no le ha gustado? ¿Por qué te ha dejado este regusto? ¿Esta sensación?
Este fin de semana fui al teatro. Predispuesto a llegar al éxtasis del cachondeo, pues Moncho Borrajo me cae genial y es un tipo de inteligencia generosa. Serán dos horas intensas, risas aseguradas. Burlesque de calidad… qué iluso. El espectáculo se titula, “Golfus Hispanicus. Tragicomedia musical en un solo acto”, un juego de palabras que de golpe, te trae a la memoria la película de Richard Lester, “Golfus de Roma”. Si pagas la entrada de 30 euros, podrás escuchar una crítica en carne viva a esa calaña política que nos ha hundido en un agujero negro, a los banqueros que nunca vacían sus propios bolsillos, y a los demás golfos “hispánicos”. El reproche de un ciudadano cansado de tanta farsa, que bien podrías ser tú; o yo.
Tengo perfil de senador romano, y como España está fatal, llena de golfos, decidí hacer esta tragicomedia musical en un acto. El espectáculo tiene momentos serios, tiernos y también al Moncho Borrajo de siempre. El argumento consiste en que el senador Monchus Cayus Borrajus le pide a Júpiter bajar a la Tierra y ver cómo le va a su amada Hispania. En un momento de la función cuento la historia de España, y recupero frases tremendas dichas por políticos, además de mis habituales improvisaciones.
Monchus Cayus Borrajus es un hispano del siglo III d.C. (Palote, palote, palote, como diría la voz en off, que se escucha antes de comenzar la función), con toga romana y cabeza laureada, que al amparo de Dionisio, dios del teatro, vomita convicciones propias, plagadas de tacos y juramentos, que la concurrencia ovaciona sin desmayo. Y no es ironía, es real, la señora que estaba a mi lado, no paraba de repetir, “qué bueno es, qué bueno”. Debió pensar que yo era un concursante disecado de “No te rías que es peor”. El público se entrega en cuerpo y alma de principio a fin. Monchus es un personaje desbordante, un humorista provocador y deslenguado que canta y baila, la gran vedette de una “revista” sin bailarinas.
Es una propuesta distinta tras haberme retirado. No podía volver con lo mismo, aunque mantengo la improvisación o cierto toque de ternura. Pensé en algo que tuviera que ver con la realidad de hoy. Se me ocurrió basarme en la época romana e hispana comparando lo que pasaba en España antes con lo que pasa ahora.
Borrajo, que ya no podría interpretar a Hernández, ni a Fernández, a sus 62 años y con perilla canosa, está escoltado por un joven esclavo mudo (Antonio Campos), que con sus gestos da la réplica a los crudas peroratas de Monchus Cayus.
El español se ríe mucho de los demás, pero poco de si mismo.
El corrupto nace… pero se hace más día a día.
Golfus Hispanicus es un bocadillo que el gentío se come de cuatro bocados. El primero, está inspirado en un monólogo escrito por Shakespeare para Marco Antonio. Marlon Brando y él, dos gotas de agua, sí. Aunque aquí, quien yace tumbado en el suelo y amortajado, no es Julio César, es “el autónomo”. El segundo mordisco sabe a historia española; los pueblos de la Iberia antigua, la romanización, la invasión de los pueblos germanos, guiados por su gran diosa Merkel, la conquista musulmana, la creación de los reinos cristianos… todo ello, trufado de constantes referencias a la actualidad, chistes pronunciados con su habitual desparpajo y que sin embargo, no consiguieron sorprenderme en ningún momento, ni por su ingenio, ni por su exquisitez. Únicamente por su ensañamiento contra todo y contra todos. Por cierto, no se vitoreaban con la misma pasión, los ataques a diestro, que a siniestro, las embestidas a Zapatero, que las pedradas a Rajoy o a la Botella, las ocurrencias monárquicas o las burlas nacionalistas… pero eso es otra cuestión.
La tercera dentellada, duele. Si eres tímido como yo, te esconderás detrás de tu flequillo. Hay hueso. El humorista gallego elige a seis “voluntarios” que subirán al escenario. No cuento más, nada de spoilers. Es en esta fase del espectáculo cuando más se luce, cuando demuestra su indudable talento para improvisar, creando una canción a partir de cuatro o cinco palabras que pide a los espectadores. Un clásico. Sólo faltaron los mecheros encendidos ondeando al ritmo de la música. Bueno, que no estamos en los 80 del siglo pasado, y esto no es el “Un, dos, tres”, fallaron los móviles, los smartphones al aire. El ambiente se tiñó de rosa y penetramos sin darnos cuenta en una burbuja musical, donde sonaba una emisora de radio que bien podría llamarse “Kiss FM castizo”. Yo fui el único que no se emocionó, y reconozco que dejé abandonado algún que otro bostezo. Soy vasco, soy de piedra.
El humor es el arma del pobre contra el rico y, al mismo tiempo, su medicina.
Con los años he ido mejorando como actor y como persona. Voy contra los de siempre, el poder y los pijos, y tengo como objetivo recuperar a la gente joven, que está acostumbrada a los monólogos políticamente correctos. Voy a conectar con una tercera generación de público.
El último bocado es el más sabroso. Ahí aparece la persona. El Moncho Borrajo respetable, admirable, tierno y sensato, el hombre que anunció su retirada en 2008 para poder atender a su anciano padre enfermo. Esos minutos finales fueron lo mejor de la función, el reposo del guerrero, retales de su vida, fotos a contraluz. ¡Salvados! Es mi veredicto de humilde pagano.
Si quiero sonreír, informarme y reflexionar sobre algún tema de actualidad, no lo dudo, me he acostumbrado a Jordi Évole. Aunque no sea teatro y se deje ver en la caja tonta. Río y lloro. Conecto mejor con su estilo y su trabajo. Y además, sé que no debería decirlo porque me aplastarán los fans de Homer, pero… ¡no me gustan Los Simpsons!