1919: la empresa La Canadiense iniciaba en Barcelona una huelga que terminaría convirtiéndose en huelga general, nacieron, entre otras cosas, el Valencia Club de Fútbol y el partido fascista de Mussolini, Gandhi llamaba a oración y ayuno tras la matanza de Amritsar, el rey Alfonso XIII inauguraba en Madrid la primera línea de metro y la recién creada Organización Internacional del Trabajo lograba signar un acuerdo que ponía un límite de ocho horas para la jornada laboral en la industria. El mundo intentaba reordenarse después de los duros años de guerra mientras en un rinconcito, casi en silencio y sin importunar a nadie, nacía Isabel Vargas Lizano: Chavela.
El destino la fue a poner en San Joaquín de Flores, cantón número ocho de la provincia de Heredia en Costa Rica. Pero a su corazón, rebelde desde el primer latido, le importaba un sorbete la cuna del hado y se fue para México a echar raíces, a mutar cantando en la que es mejor conocida como “la Vargas”. La música se rehace en la garganta de Chavela, la letra cobra vida y más que voz lo que tiene es manos que tocan con maestría esa sensibilidad que nos gusta dividir en fibras. Y es que su vida resuena en su canto dando nuevo aliento a cada palabra, sacando poco a poco la palpitación poética de una melodía. No por nada es la consentida de maestros como Aute y Joaquín Sabina, que son el colofón de una estela de personajes famosos con los que se ha topado “la Vargas”.
Fue en los años 50 cuando la playa de Acapulco, en México, conoció a Chavela. Una temporada en el Champagne Room de La Perla le permitió codearse con estrellas de Hollywood como Rod Hudson y Grace Kelly. Incluso cantó en la boda de Elizabeth Taylor (qué honor para la Taylor). Pero sus verdaderos amigos y amores estaban del lado del arte: Agustín Lara, Pita Amor, Diego Rivera, Juan Rulfo y su amado filósofo-compositor José Alfredo Jiménez. Parte de un grupo privilegiado de bohemios, de esos que hoy cuesta encontrar y se echan en falta. Con su partida el círculo se cierra y pasa a la inmortalidad del recuerdo, a esos años dorados objeto de un sempiterno anhelo.
Ciudadana distinguida de la Ciudad de México, su inconfundible voz y estilo nos regaló joyas como “Macorina”, “La llorona”, “No volveré”, “Un mundo raro”… Y es así como queda este mundo tras su encuentro con “la pelona”, como llamaba ella a la muerte. Sus apariciones en películas de Pedro Almodovar, y en la más reciente versión de la vida de Frida Kahlo (una de sus amantes), son parte del legado de esta mujer que, a pesar de lo áspero de su canto, siempre desprendía un inmenso amor por la vida. No por nada su sitio oficial está encabezado por la frase que casi nace de su sonrisa: ¡quién supiera reír como llora Chavela!
Hoy le decimos adiós a una grande de la canción. Chavela Vargas nos deja solitos, pero bien que ha marcado el paso para andar por la vida con una sonrisa a pesar de la amargura de los tiempos. Esa a la que llamaban rara y que vivió los últimos de sus 93 años hablando con el cerro del Tepozteco en Cuernavaca, México, nos dice hasta pronto. Se va con la tranquilidad de haber vivido bien este paso por el mundo y dejando detrás las semillas de su canto como recordatorio del lugar secreto donde los chamanes esconden la felicidad constante. Gracias por todo y por tanto Chavela, descansa en paz que ya tu recuerdo se encargará de aliviarnos. Desde Xombit te dedicamos estas líneas y un instante lleno de aplausos.
Y si quieres saber de su pasado… aquí lo encuentras de su puño y letra.