Tenemos tragedia sin héroe. El Miami Herald nos ha dejado boquiabiertos, pero será mejor que cerremos la boca. La historia que me ha hecho tragar saliva es la siguiente: un hombre cayó al suelo fulminado, muerto, después de ganar un extravagante y estomagante concurso, en el que se comió más de veinte insectos gigantes en cuatro minutos. Cucarachas y gusanos. El premio era una exótica pitón hembra, Ivora Ball, valorada en 700 dólares. Edward Archbold estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirla. El maldito espíritu competitivo. La estupidez humana no tiene límites…
Un viernes por la noche no te puedes quedar en casa. O sí. Buscas fiesta, originalidad, gente que te saque de la rutina, una buena jugada para descargar adrenalina, sin embargo, a los 32 años ya has manoseado unas cuantas cartas. Edward se apuntó a un concurso de insectos organizado en la tienda de reptiles de Ben Siegel, en West Hillsboro Road, en el balneario de Deerfield Beach, a unos 72 kilómetros al norte de Miami, Florida. “Locura de Medianoche”, se llamaba. Premonitorio. Comida crujiente y bebida a tutiplén. Ben Siegel:
Edward era el alma de la fiesta. Parecía una especie de chico salvaje, llevaba un pañuelo, pulseras y una camiseta que decía “Staff”. Quería ganar la serpiente para su amigo, que era quien le había traído.
Las reglas eran claras, estaban publicadas en un foro de Internet. Y eso va a misa. El premio iría a parar a las manos, o al cuello, de quien comiera más bichos en cuatro minutos. Sin vomitar, esto es importante. La niña del exorcista estaba muy mal vista aquí. Archbold asumió el reto. Renee, una empleada que se negó a dar su apellido, dijo que ella también ha comido los bichos:
Los clientes o amigos cercanos los comen todo el tiempo como un desafío.
El gusano de cuerno sabe como un melón, tiene un sabor dulce. Los grillos realmente no sabe a nada, y los gusanos de la harina tienen una especie de sabor a nuez. He comido las cucarachas también, pero solo los bebés.
Esto es un ejemplo. La competición era algo parecido, aunque en la “guerra” no puedes dudar, hay más presión, los adversarios gastan colmillos afilados y lengua viperina. 30 personas, y ninguna enfermó.
Edward ganó, pudo levantar los brazos hacia el techo, la multitud aclamaba al campeón. No lograré el Nobel de medicina, pero aquí estoy, soy imbatible, un capo, algún día se lo contaré a mis nietos.
Archbold salió a la calle en brazos del espíritu de Ayrton Senna, embriagado por el sabor del triunfo, cuando de pronto, vomitó y cayó al suelo. Se desplomó. Hubo un revuelo, desconcierto, y alguien llamó a una ambulancia. Rápidamente fue trasladado a un hospital. Demasiado tarde para poder hacer algo. Bueno, certificar su muerte. Los investigadores de la oficina forense del condado de Broward esperan ahora los resultados de la autopsia para determinar las causas de la muerte.
El dueño de la tienda, Ben Siegel, está perplejo pero no titubea, ese joven no murió por lo que cenó aquella noche:
Las comen las personas en todo el mundo.
Todo el mundo. No sé cuándo dejé de pertenecer al mundo.
Se crían de forma casera. No es más que proteína pura y limpia, el alimento de algunas mascotas exóticas. Vendemos animales caros, y estos insectos son perfectamente seguros.
Edwin Lewis, un entomólogo de la Universidad de California, sospecha que pudo ser una reacción alérgica. Quizás. Los participantes del concurso firmaron un papel insignificante, cuando aún sonreían sin que las patas de las cucarachas asomaran entre los dientes. Por tanto, sabían leer. Se supone. ¿Lo leyeron? Quién sabe. ¿La inscripción? No. Un contrato por el que liberaban a los organizadores de toda responsabilidad. Hay que cubrirse las espaldas.
Un Premio Darwin es un premio irónico y macabro que toma su nombre del creador de la teoría de la evolución, Charles Darwin. Se basa en el supuesto de que la humanidad mejora genéticamente cuando ciertas personas sufren accidentes, muertes o esterilizaciones por un error absurdo o un descuido. Ya tenemos favorito para este año.
¡Ah! Edward Archbold no era un amante de las serpientes… pero mordió la manzana. Crujía… ¡no era una manzana!