En un velatorio las bromas son navajazos en el hígado y las palabras se niegan a salir de la boca, prefieren la cárcel. El protocolo es austero. La familia de Gilberto Araujo, un lavacoches de 41 años, acompañaba al difunto entre lágrimas y sollozos, como es lógico y habitual en estos casos. La vida sigue, no somos nadie, se ha ido un ser querido y es hora de tirar pa´lante, hay que inmortalizarlo en el recuerdo. Como dice Benedetti, se despedían y en el adiós ya estaba la bienvenida. Numerosos amigos y parientes asistían desconsolados al velorio. ¡Ay Dios, qué pena, qué pronto se ha ido! ¿Por qué no lo dejaste un rato más entre nosotros, señor?
Hasta que el milagro se hizo carne y entró caminando. Era Gilberto. Los ojos se abrieron tanto que dolían, las manos temblaban, se oyeron gritos desgarradores que imitaban sin saberlo a Michael Corleone, no había balas en el pueblo para tanto desmayo, un ser superior había cortado el aire. El caos inundó el recinto, se ahogaban…
No era un caminante de The Walking Dead, ni un ángel, ni había pactado con el diablo, y desde luego, no tenía cara de haber pasado tres días bajo tierra y haber resucitado. La investigación se cerró a los pocos segundos. El cuerpo que la familia había reconocido el domingo era en realidad el de un hombre que se parecía mucho a Gilberto Araujo. Un espejo roto. Puedes buscar la imagen en Internet si tu morbosa curiosidad necesita saciarse. No hay más historia. Un susto, una alegría, alguna decepción… y una incógnita. ¿Quién es entonces, el cadáver? Por lo que comenta la web G1 de Globo, la identidad aún es desconocida. Lloraba la familia equivocada.
María Menezes, que estuvo presente en el insólito velatorio en Alagoinhas (a 100 kilómetros de Salvador de Bahía):
Todo el mundo tenía mucho miedo. Las mujeres se desmayaban, las personas corrían para todos lados.
Gilberto Araujo se encontró en la calle con un amigo que le miró muy raro. Chico, me voy para casa, he bebido demasiado y tú estás muerto. Está bien saberlo. No, en serio, los 21 gramos de tu alma van camino del cielo, tu familia está velándote justo ahora. ¡Qué dices! Gilberto no se lo podía creer, así que llamó por teléfono a un pariente, tenía que avisarle de que estaba vivo. Una prueba de vida que nadie pedía. ¡Oye! ¡Que aún respiro! ¡Cómo la voy a palmar antes del Mundial de Brasil 2014! Pero comunicaba. No tenían cobertura, o era un tipo precavido y había apagado el móvil en el velatorio. Nadie contestó. Nuestro amigo pensó que se trataba de una broma. Macabra, eso sí, pero broma al fin y al cabo. Después de frotarse la barbilla durante tres eternos segundos, decidió ir personalmente al velatorio para demostrar que estaba vivito y coleando… cuando le dejan.
Un amigo me dijo que había un féretro y que yo estaba dentro. Entonces le dije, “pero yo estoy vivo, ¡pellízcame!”.
Iker Jiménez hablaría de un desdoblamiento, un hecho histórico. Esotérico. Inexplicable. Uno de sus hermanos, de Gilberto no de Iker, José Marcos Santana Santos, explicó que hacía cuatro meses que su familia no lo veía.
Gilberto solo aparecía algunas veces por año y pasamos mucho tiempo sin verlo. Vive en Alagoinhas, pero cada día está en un lugar diferente.
Un crimen movido. Marina Santana, su madre, engordó 30 kilos de felicidad en tres segundos:
Estoy muy contenta porque, ¿qué madre que da a un hijo por muerto no se llenaría de alegría al verlo nuevamente con vida?
El esqueleto de la guadaña tuvo un ataque de risa. No me olvido de ti, Gilberto…