Mientras que Liverpool era testigo de la formación de la icónica banda The Beatles y el mundo se conmocionaba con el asesinato de John F. Kennedy, Douglas Englebart, junto con Bill English, hacían nacer al primer ratón de la historia. Como podéis ver, se trata de un dispositivo de madera bastante rudimentario. Contaba con dos discos o ruedas que al girar accionaban un par de ejes encargados de enviar al ordenador los datos del movimiento. Remataba con un pequeño botón rojo en la parte superior para ejecutar la acción de seleccionar.
El dispositivo contaba con un nombre bastante pegajoso: X-Y Position Indicator for a Display System. Pero, dada su forma y el pequeño cable que se asemeja a una cola, recibió el apodo que le haría saltar a la fama: ratón o mouse. El invento se hizo en 1963 en el Standford Research Institute y el primer modelo oficial fue presentado en 1968 en San Francisco. Englebart tenía la intención de mejorar la relación entre el hombre y la máquina, aunque el ratón no era la única idea revolucionaria que tenía en la cabeza. Conectar los ordenadores en red, el correo electrónico, la interfaz gráfica y otras tantas cosas que hoy nos son tan comunes estaban ya en sus planes.
Desafortunadamente el modelo no fue recibido con el entusiasmo esperado. El sistema Xerox Alto, el primero con el que funcionaba, no sacaba todo el provecho que hoy sabemos que se puede sacar del dispositivo. Es por ello que no se convirtió en un éxito sino hasta que apareció el ordenador Apple Lisa (sí, Apple con Steve Jobs como presidente) en 1983. Douglas había puesto todos los derechos de patente a favor de la Universidad de Standford, por lo que él nunca recibió regalías por su invento (que además se popularizó cuando la patente había expirado). El visionario ingeniero se conformó con el cheque de paga habitual que le correspondía.
Esta es la breve historia de uno de los dispositivos más importantes para la informática. Si bien su creador no recibió una recompensa monetaria acorde a su idea, sí ha recibido múltiples reconocimientos. Desde aquí le hacemos uno más y esperamos que entre nuestros lectores esté el próximo Englebart. La relación entre el hombre y la máquina está en su apogeo, así que queda un largo camino por recorrer. Como el mismo Douglas dijo: “La revolución digital es mucho más importante que la invención de la escritura e incluso que la imprenta”.