“César debe morir” no es una de romanos

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Mañana se estrena “César debe morir” en los cines de toda España. Una película italiana dirigida por los octogenarios hermanos Taviani y que viene precedida por unas críticas inmejorables. Oso de Oro en el Festival de Berlín incluido. Unos presos representan “Julio César” en una cárcel de máxima seguridad, la trágica obra del universal William Shakespeare. Conspiración, senadores, patriotismo, amistad y traición. En Xombit ya la hemos visto y no te vamos a engañar. Eso sí, tendrás que leer el artículo, al menos, el primer párrafo. O la primera frase. ¿También tú, Bruto?

Hermanos Taviani Festival de San Sebastián

76 minutos muy largos. César debe morir es una película original y arriesgada, una película de arte y ensayo, teatro clásico en pantalla grande. Ejem. Paolo y Vittorio, los hermanos Taviani, nos sorprenden con esta historia a medio camino entre la realidad y la ficción, y pese a las magníficas críticas y al Oso de Oro en el Festival de Berlín o los 5 premios Donattello de la academia italiana de cine, a mí me parece un mejunje tan aburrido como pretencioso. Esa obra de arte exclusiva y genial, que las élites quieren descubrirnos al pueblo llano y que no somos capaces de entender. No paso por el aro. Empalagosa y sobrevalorada. He hablado.

César debe morir Rebibbia

Lo que tiene de bueno, lo tiene de Shakespeare. Pasados cinco minutos, echarás de menos, como un perro su hueso o el doctor House el lupus, la versión de Mankiewicz con Marlon Brando y James Mason. No es por ser pedante, es simplemente, lo que me ocurrió cuando la vi en el Festival de San Sebastián. Ser o no ser cautivadora, he ahí la cuestión de una gran historia. Y a mí no me sedujo.

El escenario es una cárcel romana de máxima seguridad: Rebibbia. El director de la cárcel y un director de teatro organizan talleres entre los presos, ensayan obras que luego estrenan ante un público. Un experimento auténtico, extirpado de la realidad, que cambió la vida de algunos reclusos. Los Taviani quisieron profanar un tabú social, y rodar en el interior de la prisión con actores de carne, hueso y condenas en el alma. Vittorio:

Espero que alguien, al irse a casa tras ver César debe morir, piense que incluso un prisionero, sobre cuya cabeza pesa un terrible castigo, es un hombre. Y ello gracias a las sublimes palabras de Shakespeare.

Los presidiarios recitan versos del genio de las letras, inmersos en sus rutinas anodinas, dispuestos a pulir los gestos y a confundir los nervios. Beben café, se apasionan, friegan el suelo, sufren ansiedad, provocan violentos enfrentamientos, y se pasean por el patio reviviendo el asesinato de Julio César. Es su vía de escape y una bandera de la que sentirse orgullosos.

El contraste entre la libertad del actor y las cadenas de quien vive en una celda. Eso es. El blanco y negro de la prisión, da paso al color cuando llega el día del estreno. Muy sutil. Los presos acaban por identificarse con los personajes, mérito del creador de Hamlet, fuera quien fuera, no de los Taviani. César, Bruto, Casio, Cicerón, Marco Antonio… magníficos personajes encarnados por unos actores sensacionales. Convincentes y sinceros. ¡Recuerda que son presos reales! Sin embargo, este aliciente se queda en nada. La puesta en escena es sobria y el frescor de la originalidad inicial, se va derritiendo como un helado de vainilla en lo alto de la Torre del Oro de Sevilla.

El éxito de la obra de teatro es total y lo reclusos regresan a sus celdas. Se apagan las luces y se baja el telón. Penetran de nuevo en la oscuridad, tienen que sobrellevar el peso de su conciencia. Yo debo ser insensible, no me emociono. Es más, escucho frases que me dejan petrificado.

Desde que estoy familiarizado con el arte, esta celda se ha convertido en una prisión.

¿No era al contrario? Qué equivocado debo estar

Archivado en Crítica, Donostia Zinemaldia, Estreno, Festival de San Sebastián, Opinión
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