Cuando uno se enfrenta a un título tan ambicioso como Libertad ha de ser cauteloso: no todo en esta novela es lo que parece y las reflexiones personales que provoca la convierten en una obra destacada dentro de un mundo editorial dedicado en los últimos tiempos a promocionar un modelo de novela masiva, de poca consistencia, con escasa pervivencia en nuestras almas y, siguiendo un símil gastronómico, más cercana a McDonald’s que al Bulli.
No es que Libertad sea la mejor novela de los últimos veinte años, pero en su ejecución sí que destaca un interés por la renovación del discurso narrativo y la innovación con la introducción de múltiples narradores y diferentes registros de prosa que el autor consigue sostener durante más de seiscientas páginas dotando al conjunto de personalidad propia y marcando los tiempos narrativos con precisión y limpieza. Es cierto que no es una ejecución rupturista y completamente diferente a todo lo anterior, pero dota a la obra de una frescura que podríamos interpretar como un primer intento de construir el nuevo estilo narrativo para el siglo XXI.
Jonathan Franzen se dio a conocer al gran público con su novela Las correcciones, la cual cosechó tal éxito de público que encumbró al autor como una de las figuras literarias más influyentes y destacadas de su generación.
Tras la buena acogida de Las correcciones, Jonathan Franzen se tomó su tiempo para reflexionar, cosechar notas y sentimientos y romper su silencio literario casi diez años después a través del relato de varias décadas de la vida de los Berglund: una familia de clase media-alta del Medio Oeste Americano.
La historia familiar se articula con maestría sobre la permutación y superposición de sucesivos triángulos amoroso-sentimentales, tratando de profundizar continuamente en la amistad, el amor y la familia así como en los lazos que mantienen unidas estas relaciones.
En contraposición al magnífico relato de los sentimientos y relaciones de la familia Berglund el libro tiene puntos débiles que lo desvirtúan: un interés exacerbado por denunciar las consecuencias de la guerra de Irak y por introducir denuncias de corte ecologista en la trama. En mi opinión, cuando se tiene la capacidad de Franzen para indagar en los sentimientos y plasmarlos sobre papel no se debería ir más allá. Cualquier intento de traspasar esa línea no produce más que aturdimiento, frustración y desidia en el lector.
A modo de resumen: una buena novela que se distingue por una calidad inusual dentro de la producción literaria de la última década.
Parece interesante, me lo apunto en mi lista de pendientes. A ver si me gusta tanto como a tí.