Se llama Kepler-452b. Sí… Es cierto. Quizá no sea un nombre fácil de recordar. Es frío y distante. Demasiado frío y demasiado distante para lo que podría suponer a la raza humana. Y es que Kepler-452b es, nada más y nada menos, que el primo mayor de la Tierra, el más similar a ella desde que empezó la búsqueda de exoplanetas.
Kepler-452b tarda aproximadamente 385 días en dar la vuelta completa alrededor de su sol, es decir, un año en este exoplaneta tan solo dura 20 días más que el terrestre. La estrella a la que orbita es de tipo G2, muy similar a nuestro sol. Además es un planeta muy estable que lleva más de 6.000 millones de años en la misma órbita habitable de su estrella.
Este nuevo exoplaneta es el más pequeño que Kepler ha descubierto hasta la fecha. Aun así es un 60% más grande que la Tierra y está un 5% más alejado de su estrella. Por el momento se cree que es un planeta rocoso, pero es pronto para determinarlo. Debido a su mayor tamaño, y posiblemente a las sustancias de las que está formado (todavía desconocidas), Kepler-452b refleja un 20% más de luz que la Tierra.
Según la Unión Astronómica Internacional, un cuerpo celeste se puede considerar planeta cuando orbita alrededor de una estrella, tiene una masa suficiente que le permite ser esférico por la presión de la gravedad, y consigue mantener su órbita estable. Estas tres condiciones las cumple a la perfección el Kepler-452b. Jon Jenkins, el analista del programa Kepler en el centro de investigación de la NASA, ha hecho público que:
Podemos imaginar Kepler-452b como el primo más grande y viejo de la Tierra. Es un planeta que nos ofrece la oportunidad de estudiar su evolución y compararla con la de la Tierra. Lo más inspirador es que lleva 6.000 millones de años en la zona habitable de su estrella, mucho más que el nuestro. Las condiciones hacen muy posible que la vida se haya desarrollado en él.
Aun así, tendremos que mejorar nuestra tecnología para viajar por el espacio, ya que el primo de la Tierra se encuentra a 1.400 años luz en la constelación del Cisne. Lejos, ¿verdad?
¿Cómo se descubren nuevos planetas?
La detección de planetas extrasolares, o exoplanetas, se lleva a cabo gracias a la investigación indirecta. Las principales pistas son el efecto gravitacional que ejerce el cuerpo celeste sobre su entorno y las evidencias visuales que podemos apreciar desde nuestras sondas y naves espaciales. Esto es que, si un cuerpo pasa por delante de su estrella en su periodo de órbita, la luz de su sol se verá eclipsada mínimamente.
Para comprenderlo mejor, se puede imaginar el paso de una mariposa por delante de un foco muy potente. A simple vista no se podrá ni siquiera aventurar la presencia de la mariposa, sin embargo si estudiamos detenidamente el brillo que emite el foco durante un largo tiempo, comprobaremos que existe un momento en el que su intensidad disminuye. Esto se debe al tránsito de un objeto (la mariposa) por delante de dicha luz.
Así es como trabaja el Kepler. Este satélite artificial, que está en órbita alrededor del sol desde que fuera lanzado en 2009, registra el brillo de las estrellas de una determinada región en el espacio. Cuando este brillo disminuye… ¡Eureka! Kepler ha encontrado un planeta.
¿Cómo son los planetas descubiertos por Kepler?
A las ocho semanas de ser lanzado a órbita, el Kepler ya había descubierto cerca de cuatrocientos planetas. Ahora, seis años después, esa cifra supera los 2.000. La mayoría de ellos tienen masas comparables a la de Júpiter y se encuentran muy cercanos al sol. Por lo que encontrar un planeta semejante a la Tierra es toda una proeza.
No obstante, que no podamos verlos no significa que no estén ahí. El problema es que los métodos de detección empleados en la búsqueda de exoplanetas son todavía muy limitados y favorecen el descubrimiento de planetas grandes, pues es más evidente el eclipse que provocan en su estrella. De lo contrario, un planeta pequeño de dimensiones semejantes a la terrestre, puede pasar desapercibido muy fácilmente.
¿Cómo será la vida extraterrestre?
Encontrar un sistema planetario similar al sistema solar no está resultando tarea fácil. El censo de planetas descubiertos está sesgado, y no es sencillo encontrar una nueva Tierra. No obstante, la vida extraterrestre podría encarnar formas infinitas y no habitar necesariamente en un planeta como el nuestro.
En esencia, un ser vivo es aquel con capacidad de reaccionar, de crecer transformando alimentos en energía, de reproducirse consiguiendo que sus descendientes tengan características similares a las de los progenitores, y evolucionar. Estas características las cumplimos los seres humanos. Pero también un árbol, un insecto y una bacteria. Es por ello que cuando se habla de vida extraterrestre no necesariamente se busca vida inteligente.
Aun con todo, una cosa tienen en común todas las formas de vida: necesitan partículas que formen galaxias, galaxias que formen estrellas, estrellas que contengan planetas, planetas en los que se produzcan reacciones químicas, reacciones químicas que den lugar a la biología y, por qué no, a la cultura.
Contando que hay un número infinito de partículas, un número infinito de galaxias, un número infinito de estrellas e incontables planetas, ¿por qué no puede haber vida extraterrestre?