Parece que fue ayer, pero lo cierto es que han pasado ya más de veinte años desde la primera vez que escuché la palabra “Bibliobús”.
Al principio no significaba para nosotros (los que de aquella éramos aún muy niños) otra cosa que una prolongación del recreo, porque las clases no volvían a empezar hasta que todos habíamos cambiado nuestros libros de la anterior visita por otros nuevos.
La primera vez era distinta (la primera vez siempre es distinta): tenías que llevar 25 pesetas, esperabas la cola y, cuando te tocaba, aquella señora de media melena negra y gafas de pasta que venía en el autobús, te preguntaba el nombre, lo anotaba en una libretita y en una tarjeta verde que te daba y que tenías que conservar porque era tu identificación… ¡Tan personal y tan distinto a los fríos trámites informáticos de ahora!
Lo que nunca pudimos imaginar es que aquella tarjetita de cartón era como la pastilla roja de Matrix: en realidad servía para abrir las puertas de un mundo nuevo y distinto. Un mundo en el que existían las pociones mágicas que daban una fuerza sobrehumana, los pistoleros más rápidos que su propia sombra, los ladrones de tiempo, los dragones y algún malhumorado y pequeño Visir con bigote que quería ser Califa en lugar del Califa.
Todos comenzábamos leyendo más o menos los mismos libros (casi todos de cuentos): Perrault, Andersen, los hermanos Grimm, Gloria Fuertes… y comenzábamos a atraparnos un poquito en aquél habito de leer un poco todos los días. A medida que nos hacíamos mayores íbamos variando nuestras selecciones y mientras unos se inclinaban más por los libros de experimentos científicos o los cómics, otros optaban por libros de Conan Doyle, de Tolkien, de Ende o de Roald Dahl. En aquel autobús cabíamos todos.
El bibliobús supuso para muchos de nosotros la posibilidad de acceder a un material que la biblioteca del colegio no podía proporcionarnos y, dado que las autoridades locales nunca tuvieron entre sus prioridades la creación de una biblioteca municipal, no teníamos otra manera de conocer y explorar.
Aún hoy, cuando rebusco entre las estanterías de la FNAC o la Casa del Libro, me parece estar explorando dentro de aquél autobús, y, cuando encuentro algún volumen que no conocía o descubro un nuevo autor, me parece tener tras de mí la atenta mirada de algún maestro diciéndome: ¡atrévete!
@miguelmontero has conseguido emocionarme! Mi abuelo era bibliotecario, no participo del bibliobus, pero hablar de aquellas tarjetas, el sello y la fecha de devolucion, el olor del libro usado, quedar con los amigos para que cuando devolviesen un libro pudieran traspasartelo…. Me has devuelto a mi mas tierna infancia! En mi bagaje literario estan los cinco, pasando por un Martín Vigil que a todos los chicos de la generacion @ os sonara a chino, hasta hoy..que devoro todo lo que cae en mi mano. GRACIAS!