Tal y como lo lees. La última ocurrencia del estrambótico artista italiano Max Papeschi es poner en venta a su propia madre. Está claro que en miles de ocasiones hemos hablado de personas sin escrúpulos que serían capaces de vender a su propia madre, pero nunca imaginamos que esto pudiese ocurrir en sentido literal… hasta ahora.
Papeschi es bastante conocido en el panorama artístico contemporáneo por sus polémicas obras de arte y performances públicas. No llega al nivel de su irreverente compatriota Leo Bassi, que organizó un espectáculo consistente en lanzar excrementos de vaca a un ventilador que a su vez los arrojaba al público en un espectáculo teatral de claro corte anticatólico (que, por cierto, le costó un atentado con bomba en la puerta de su camerino del madrileño Teatro Alfil por parte de un grupo ultraderechista), pero tampoco se queda corto en su producción artística.
Una pin-up desnuda con la cara de Mickey Mouse sobre una esvástica Nazi, el Papa Benedicto XVI en plena Plaza de San Pedro del Vaticano con la cara de Bart Simpson o el payaso Ronald McDonald saludando desde un McDonald’s kosher en la puerta del campo de exterminio de Auschwitz son algunas de sus producciones a las que ya estamos acostumbrados, pero, sin duda, el reciente anuncio de que pone a su propia madre en venta rompe todas las barreras de la provocación.
Max Papeschi inaugura el próximo 9 de abril su nueva exposición Oops, I did it again en la Galleria Rinascimento Contemporaneo de Génova, y en ella tiene previsto sacar a subasta a su madre y adjudicársela al mejor postor. Al parecer la señora Papeschi no estaba muy segura de lo que pensaba hacer su hijo con ella al principio, pero dado que el kit a subastar incluye sus libros y comida favoritos, la obligación de ser tratada correctamente y el derecho de visita de su vástago cada quince días, se ha resignado y hasta se muestra contenta con la nueva experiencia y el poder pasar a figurar en la historia del arte.
Las condiciones de la subasta son simples: la mejor oferta se lleva a su madre. Los visitantes de la exposición tienen derecho a hacer todas las preguntas que quieran antes de pujar por la señora Papeschi, y de hecho el propio Max se muestra tan excitado ante el hecho del debate y reacciones que puedan producirse en la sala de exposiciones por parte del público que ha planeado grabar todo el espectáculo en vídeo.
Ya sabemos que madre sólo hay una, pero como al artista le sabe a poco, ha decidido subastar a la vez varias réplicas de su anciana progenitora. Quizás inspirado por las palabras de otro famoso provocador, el americano Andy Warhol de quien hablábamos el otro día, que no contento con reproducir una sola vez cada figura de sus famosas serigrafías, lo que hacía era repetirlas hasta la saciedad. En una ocasión llegó a reproducir treinta veces la Mona Lisa en una misma obra y ante las críticas por lo repetitivo, su único argumento, que después pasó a titular la obra, fue ”mejor treinta que una”. Así que, en este caso, Max Papeschi ha pensado que siete son mejor que una, y subastará a su madre junto con seis modelos que harán de réplicas de ella. Eso sí, lo que no aclara es si las venderá con descuento por no ser la original.
Es innegable que el espectáculo planeado por Papeschi causará sensación y escándalo a partes iguales entre el público italiano, pero si lo que pretendía es también la innovación, es una pena pero llega tarde. En mayo de 1961 Piero Manzoni, otro artista y provocador nato italiano, organizó una performance pública en la que mediante la estampación de su huella dactilar entintada en las cáscaras de huevo los elevaba a la categoría de arte (ya que contaban con la firma del artista). El show se completaba con un hornillo en el que cocía los huevos ante su público y se los comía, como parte de un análisis en el que se cuestionaba que la obra de arte (el huevo firmado) seguía siendo arte aunque cambiase de forma al pasar por el proceso digestivo.
El resultado fueron sus famosas latas de merda d’artista, en las que vendió a museos y particulares el resultado de la digestión de los huevos cocidos, calculando el precio de venta en función del valor de la cotización del oro en la bolsa de Nueva York (treinta gramos de excrementos del artista valían lo mismo que treinta gramos de oro).
Carencia de innovación aparte, está claro que con Max Papeschi el espectáculo está servido.