Había una vez un país de gentes maravillosas, hermosas playas, ríos llenos de vida y huertas expléndidas. Pudiera parecer un lugar ideal para vivir, pero no era del todo así: también había miedo. Miedo a un ejército y una dictadura que se había llevado demasiada gente por delante. Una dictadura que legislaba según sus intereses y los de sus amigos.
Pero como no hay mal que cien años dure (ni país que lo resista), el viejo dictador acabó muriendo y con él su régimen autoritario, y la gente salió a la calle a celebrarlo, y hubo fiesta, y hogueras, y aires nuevos, y llegó por fin la democracia.
El día de las primeras elecciones fue uno de los más alegres que se recordaban en el país y todo el mundo estaba orgulloso de pertenecer a él, de estar ahí, de participar. Pasaron las elecciones, se formó un gobierno que hizo muchas cosas (cosas buenas para unos y malas para otros), y pasado un tiempo la mayoría de la gente estaba descontenta, y hubo otra vez elecciones. Se eligió con ilusión otro gobierno, pero volvió a pasar lo mismo: no parecía haber mejora, el país seguía igual, el paro aumentaba y cada vez había que pagar más y más impuestos.
Con el paso de los años siguió habiendo elecciones (ante el descontento de algunos y la indiferencia de otros muchos), se siguieron eligiendo gobiernos, pero daba la impresión de que, ganase el partido que ganase y gobernase quien gobernase, siempre se acababa favoreciendo a unos pocos en detrimento de la mayoría.
Al principio de esta historia, en el país se permitía fumar en cualquier lugar (incluso en hospitales y colegios), lo cual era una aberración. Los sucesivos gobiernos democráticos (siempre vigilando el bienestar) fueron aumentando los impuestos del tabaco (para que doliese más comprarlo) y reduciendo los lugares en los que se permitía fumar (incluso aquellos hechos para este fin), tratando de erradicar ese feo y malsano hábito. Lo mismo ocurrió con los combustibles, que son perniciosos para la salud y el medioambiente y, para concienciar, subieron una y otra vez los impuestos. ¿Y el carbón? Mejor no hablar de este tema. Totalmente prohibido, por negro y sucio.
Tampoco estaba bien visto el alcohol: maligno entre los malignos pasó a engrosar la lista de productos que hay que vigilar con celo y gravar para que no se abuse, para estar saludables y vivir muchos años.
También al comienzo de esta historia había una comarca pequeñita dentro de este país que vivía del vino, de la fruta, de las plantaciones de tabaco y de las minas de carbón. Un lugar con un clima idílico y un aire puro. Lejos de vigilar por la salud de su gente, los gobiernos permitieron quemar en ella toda clase de residuos que no querían en otros lugares, apoyando los intereses de unos pocos en detrimento del bien común, y lo más triste de todo es que, cambiando de gobierno, tampoco estaba claro que la situación fuera a cambiar.
La gente protestó, pero nadie parecía escuchar.
¿Tanto han cambiado las cosas en los últimos años?