La ciencia ficción siempre ha tenido un marcado carácter distópico y gran parte de los autores ha empleado este género para, deformando hasta la caricatura anécdotas y personajes, verter las más elaboradas, crueles y descarnadas críticas sobre la sociedad de su momento.
Dentro de este marco de ciencia ficción en formato protesta nos encontramos con Fahrenheit 451, una obra cumbre del género escrita por Ray Bradbury y en la que pretendía denunciar la imagen de felicidad y prosperidad que se vendía por parte de los políticos estadounidenses tras la Segunda Guerra Mundial y que acabó convirtiéndose en una reflexión mucho más amplia y atemporal, una auténtica denuncia a la cada vez más extendida actitud de mirar para otro lado y vivir sin preocuparse de nadie ni cuestionar nada.
Ambientada en un futuro sombrío y deshumanizado, la novela transcurre paralela a la vida de Montag, un funcionario perteneciente a un curioso cuerpo de bomberos cuyo cometido no es el de apagar incendios, sino el de provocarlos quemando todos aquellos libros que se pongan a su alcance…
…y es que en este mundo salido de la imaginación de Bradbury (terrorífico para todos aquellos que amamos la literatura), los libros eran algo completamente prohibido. No estoy hablando de una censura como la que ocurría en 1984 de George Orwell con una continua revisión de autores y obras, sino de una prohibición absoluta: poseer libros era una sentencia de muerte en el caso de que alguien te denunciara. ¿Y en qué se basa el ocio y la formación de esta sociedad? ¿No lo adivináis? Correcto: televisión y familias virtuales.
Montag comienza a sentir curiosidad y desea saber que hay de malo en los libros y por qué son tan peligrosos y, tras hacerse con algunos ejemplares y estudiarlos detenidamente, no consigue encontrar la razón. Su mujer Clarisse le da una clave: “los libros hacen infeliz a la gente”. Con esa clave Montag deduce que la verdadera razón es que los libros hacen pensar a la gente, ayudan a descubrir nuevos mundos y plantearse la condiciones de su propia existencia.
En la sociedad actual, con una actitud de mínimo esfuerzo instaurada en gran parte de las personas, un desprecio mayoritario por el estudio y la reflexión, un mirar para otro lado ante temas como la pobreza en el mundo y un ocio dirigido por la telemierda más chabacana que se pueda imaginar, la novela de Bradbury es más actual de lo que su fecha de publicación podría hacer pensar.
Quisiera terminar esta reseña con un párrafo que resume perfectamente el mundo en el que vivía Montag y que, cada vez más, explica nuestra sociedad:
La gente comodona sólo desea caras de luna llena, sin poros, sin pelo, inexpresivas. Vivimos en una época en que las flores tratan de vivir de flores, en lugar de crecer gracias a la lluvia y el negro estiércol. Incluso los fuegos artificiales, pese a su belleza, proceden de la química de la tierra. Y, sin embargo, pensamos que podemos crecer alimentándonos con flores y fuegos artificiales, sin completar el ciclo, de regreso a la realidad.
Una novela para leer, releer, opinar y debatir. Un libro que debiera estar en todas las casas aún a riesgo de que nos quemen vivos por poseerlo.
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Me ha abierto usted el apetito de re-lectura, Sr. Montero, y se lo agradezco. Por otra parte, muy acertada su reflexión acerca de la vigencia de esta gran novela en los tiempos de “panem et circenses” que nos ha tocado vivir. Un saludo.
Magnífica novela. Me ha dado miedo recordarla y comprobar, efectivamente, lo vigente que está. Una de las pocas novelas cuya adaptación cinematográfica no desmerece.
[…] de “historias de fantasía” dado que consideraba que su única obra de ciencia ficción era Fahrenheit 451. Decía de sus historias que no trataba de hacer predicciones acerca del futuro a través de ellas, […]