La escritura es un oficio lleno de voces, pero silencioso. Pasar del barullo mental (que no es sino reflejo de los variopintos estímulos del mundo) a un conjunto ordenado de voces que se entrelazan en una historia requiere de una gran disciplina. Y es que, primero, hay que saber callar, ser uno mismo silencio, para que el mundo se manifieste y así poder verlo, escucharlo, olerlo, sentirlo. Luego viene la soledad, la calma que va ordenando las cosas transmitiéndolas en historias llenas de sensaciones. Aquí, como bien lo decía Thomas Alva Edison, “el éxito es diez por ciento de inspiración y un 90 por ciento de transpiración”.
Hoy os invito a hacer un viaje en el que se entrecruzan dos historias surgidas de dos extraordinarias escritoras. Viajamos de Barcelona a México para ir de La plaza del Diamante a estar Como agua para chocolate. Las novelas de Mercè Rodoreda y Laura Esquivel se han convertido en auténticos clásicos que reflejan sus respectivas sociedades en momentos históricos determinados. Ambas cuentan con personajes femeninos como primera voz del relato y se encuentran por el contexto bélico que toca a sus protagonistas.
Mercè Rodoreda i Gurguí nació en Barcelona, en el barrio de Sant Gervasi de Cassoles, un 10 de octubre de 1908. Su matrimonio con su tío, así como sus esfuerzos por liberarse de la monotonía y dependencia de la vida marital, pueden haber sido fuente de inspiración para el personaje de Natalia en La plaza del Diamante. Aunque sin duda que la obra triunfa y se universaliza por algo más que la mera experiencia personal, y es que detrás de ella están las sombras de la guerra y el exilio como elementos que rompen la barrera de lo individual. Fue la ciudad de Ginebra la que sirvió de cuna a este libro insignia de la narrativa catalana de la posguerra. La escritora murió el 13 de abril de 1983, en Gerona, a los 75 años de edad.
Laura Esquivel vio la luz por primera vez en la Ciudad de México un 30 de septiembre de 1950. Al igual que Rodoreda, parte de su carrera ha estado dedicada a la escritura para niños, aunque la mexicana nunca ha tenido una experiencia cercana con la guerra y el exilio. En México lo más cercano es la Revolución de 1910: un periodo de guerrilla entre caudillos en busca del poder que llenó de peculiares historias al país. Éstas nos llegaron a través de nuestros abuelos. Es justo en ese periodo donde Esquivel ambienta su historia que se inscribe en el realismo mágico tan difundido en la literatura latinoamericana.
Primero tenemos a Natalia, una joven barcelonesa que se resigna al matrimonio y a ser (y a hacer) lo que el Quimet, su marido, le indicaba. Desde el inicio se da una imposición peculiar que le marca: el cambio de nombre a Colometa (palomita) asignado por su futuro esposo. De ahí la transformación se inicia hasta que asistimos a la narración de una voz carente de personalidad que simplemente da cuenta de los tiempos que corren: guerra, hambre, desesperación, ir de aquí para allá adaptándose a lo que viene desde fuera. De pronto el cambio, el resurgir del carácter que se manifiesta en una masacre de palomas como acto simbólico que pone fin a su silencio para el surgimiento de su voz propia. Adiós a Colometa para dar paso a la señora Natalia, y la Barcelona de la posguerra retratada de manera magnífica a través de su historia y su sentir.
Casi como pasándole la estafeta nos encontramos con Tita. Ella es la menor de tres hermanas y por ello, de acuerdo a la tradición familiar, le estaba negado el matrimonio para poder cuidar de su madre hasta que ésta muriera. Pero el amor es caprichoso y Tita cae enamorada de un hombre, Pedro, que, en vista de la prohibición de matrimonio, decide casarse con la hermana para mantenerse cerca de su verdadero amor. Tita tuvo a bien el ir a nacer en la cocina, y ésta se convirtió tanto en su hogar como en el punto desde donde la historia entera se narra destilando magia. Todos los secretos de la cocina tradicional mexicana sirven como fantástica metáfora de las emociones de cada episodio de esta historia de amor. Tita, como Natalia, deberá enfrentarse a las imposiciones del destino para encontrar la chispa interior que saque a la luz su verdadera esencia. Mientras tanto, es la comida la que transporta este aroma propio del personaje contagiando a todos aquellos que se sientan a la mesa. Un mágico viaje culinario que retrata al México de la Revolución.
Ambas historias, curiosamente, fueron llevadas al cine. En 1982 Francesc Betriu adaptó La plaza del Diamante con Sílvia Munt como Natalia. Alfonso Aráu, esposo de Laura Esquivel, hizo lo propio con Como agua para chocolate exactamente diez años después, en 1992. Fue la propia Esquivel quien realizó el guión de la película y Lumi Cavazos dio vida a Tita. De manera que no hay pretexto para no disfrutar del trabajo de estas maravillosas escritoras que nos ofrecen sendos retratos de sus lugares de origen. En ellos capturan la quintaesencia de un momento de la historia a través de los ojos femeninos y su lucha por liberarse de yugos comunes en todo el mundo. ¿A qué esperáis para leer los libros o ver sus versiones cinematográficas? Aquí esperamos vuestros comentarios e impresiones.