La otra noche escuché una historia que probablemente, ya no pueda olvidar nunca. Tenía la radio encendida de fondo porque no me podía dormir, pero sin hacerle demasiado caso, andaba perdido en mis pensamientos corrosivos. Seguro que me entiendes. Hasta que llegó la hora del gran Sebastián Álvaro, el que fuera director de “Al filo de lo imposible”. Ese programa de TVE que tantas veces me dejó con la boca abierta, deslumbrado, atendiendo hipnotizado sus aventuras. Alpinismo de verdad. Sebastián Álvaro es un tipo al que merece la pena escuchar, por lo que dice y por cómo lo dice. Esta vez, rememoró un incidente real que ahora os dejo en Xombit. La trágica historia de Nanda Devi Unsoeld.
El calendario marcaba el año 1949. William Unsoeld, un alpinista americano que tiempo después haría la primera gran travesía por el Everest, y que además era profesor de filosofía en el Olympia’s Evergreen State College, aterriza en La India. Está cumpliendo un sueño, su euforia no eclipsaba el sol abrasador que caía sobre su cara, pero calcinaba la pereza. Su intención era remontar el Ganges y llegar a la región del Garhwal. Allí encontraría una montaña virgen de 6.595 metros, bautizada como Nilkantah. Por alguna extraña razón, necesitaba pisar su cima.
No hubo suerte, las enfermedades y el mal tiempo frustraron la expedición. Sin embargo, antes de regresar a Calcuta, nuestro amigo quiso resarcirse tras la lógica decepción. Sí, tendría que alejarse de su ruta de vuelta durante varios días, pero no importaba, eso no le impediría contemplar con sus propios ojos otra de las cimas que gritaban su nombre, otro paraíso al que querría fundirse. Una montaña sagrada, de 7816 metros, el segundo pico más alto de La India. Cuando por fin la tuvo delante, quedó fascinado, cautivo de su belleza. Se emocionó y las piernas le temblaron. Imbuido por el misticismo del lugar, hizo dos promesas. Si puedo, volveré a escalarla. Y si algún día tengo una hija, se llamará Nanda Devi.
Un nombre antiguo, que pertenece a una de las divinidades más importantes en la región. Hija del Himalaya y consorte del dios Shiva. Casi nada. La leyenda cuenta que esta diosa vive en la cumbre y que no puede aguantar que perturben su descanso, tiene mucho genio. En su morada de hielo, pasa el tiempo tejiendo con delicados hilos de plata la red de los destinos humanos. Se me abren los ojos secos.
Cinco años más tarde Willi tuvo una hija, y obviamente, cumplió su promesa. La ropa se le iba quedando pequeña año a año, la niña de sus ojos se hizo mujer. Cualquiera que los veía juntos, comprendía al instante que esa chica de sonrisa contagiosa era muy “especial” para su padre. ¡Eh! No solo por su nombre, no solo por ser su hija. De los cuatro vástagos, era quien más se parecía a él. Devi era una escaladora fuerte, llena de contradicciones y muy independiente, que hacía sus pinitos por las crestas de los Estados Unidos.
Año 1976. Pronto se celebrará el 40 aniversario de la primera escalada al Nanda Devi (la cima más alta alcanzada por el hombre hasta el ascenso del Annapurna en 1950), y se está gestando una expedición conmemorativa. William Unsoeld y el escritor H. Adams “Ad” Carter están organizando una expedición indo-europea que abrirá una nueva ruta en la peligrosa cara noroeste. Muy tentador.
A los 22 años, nuestra protagonista ya se había especializado en biología de vida silvestre y tenía claro hacia dónde encaminar su vida: quería ayudar a preservar especies en peligro de extinción, sobre todo los grandes felinos del Este. Buena chica. Comprometida.
No obstante, antes de chapotear en la vida real, la hija de William debía saldar una deuda pendiente, necesitaba reunirse con “su” montaña. Cerrar el círculo. ¡Es una gran oportunidad! A los patrocinadores les encantó la romántica idea, creyeron que era una historia muy americana. Un padre, una hija, y un destino.
Aquí asoman ya los problemas prestados. No era la época adecuada para ir, pero coincidía con las vacaciones en el trabajo. Lamentable criterio. Fue una expedición muy mal organizada, una planificación desconcertante. Un grupo grande y poco compacto. Nueve americanos y dos indios, miembros del ejército. Por un lado, alpinistas muy experimentados y puristas, desesperados por intentar el estilo alpino, y por otro, Devi, por ejemplo, sin experiencia en altura. Incluso había un matrimonio a punto de separarse, que no paraba de discutir…
La confianza en el quipo, en los compañeros, es esencial en una expedición de ese calibre, y tantas disputas debieron poner nervioso a más de uno. A todo esto se unió un runrún entre los lugareños, que veían con malos ojos que la chica llevara el nombre de la diosa. Un mortal no puede llevar el nombre de una montaña.
Continúa en Soy el millar de vientos que soplan, soy el diamante que brilla en la nieve (II)