Hoy estaba yo tomando un café con leche, cuando mi padre se encendió un cigarro, y cansado ya de discutir sobre leyes, libertad y respeto, me dejé arrastrar por la cortina de humo al reino de las reflexiones inútiles. La cruzada antitabaco cada día es más rabiosa, pensé, y pronto sabremos el nombre del último europeo que apagó una colilla en un cenicero diseñado por Agatha Ruiz de la Prada. Pero… ¿quién fue el primero?
Te presento a Rodrigo de Jerez o de Xerez. La guasa es que nació en Ayamonte, en Huelva. Y el mérito es que formó parte de la expedición que embarcó en Palos de la Frontera capitaneados por un tal Cristóbal Colón. Cualquier estudiante de 10 años sabe que corría el año de 1492. En la ida, nuestro amigo surcó el océano en la Nao Santa María, pero volvió a Europa en una de las carabelas, en la Niña. Supongo que ahí hacinaban a los fumadores…
A finales del susodicho año, tal y como cuentan algunos historiadores como el Conde Roselly de Lorgues en su Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colón, o Bartolomé de las Casas en Historia de Las Indias, de Jerez y Luis de Torres vieron fumar por primera vez. Sus órdenes estaban claras, adentrarse en la isla de Cuba, y tener los ojos bien abiertos. No tardaron en encontrarse con unos indígenas. Observándolos, hubo algo que les sorprendió sobremanera. Prendían un canuto de hierbas secas por un lado, y aspiraban por el otro. Esa “cosa” desprendía una peculiar fragancia…
Cuando Colón llegó a la isla de Cuba mandó como exploradores a los marineros Rodrigo de Xerez y al judío converso Luis de Torres. Al regresar encontraron mucha gente que llevaba en las manos yerbas secas, envueltas en otra hoja también seca, arrollada y encendida por un extremo, mientras tenía el otro extremo en la boca, chupando y aspirando el humo que luego arrojaban en forma de nubecillas…
Una brillante crónica del Conde Roselly, ¿verdad? De Jerez adoptó este hábito con gracia y soltura, pues descubrió que al tomar el tabaco con el resuello hacia dentro, casi se emborrachaba. Y a su vuelta a España lo introdujo en Ayamonte. Bueno… en realidad se produjo un gran escándalo. Sus vecinos se asustaron al ver cómo echaba humo por la boca y la nariz. Tuvo que ser tremendo, un gran impacto.
La neblina de la historia nos impide saber si fue su propia mujer quien lo acusó ante el tribunal de la Inquisición, o si la desventura ocurrió justo al desembarcar en Sevilla. Imagina el asombro de la muchedumbre apiñada en el puerto, al ver a un marinero sacar humo por la boca. Como un dragón. En fin, sea como fuere, el resultado es el mismo. La Inquisición lo encarceló por sus hábitos paganos y diabólicos, culpable de brujería. Era amigo del diablo, no había dudas. Gracias a Dios, se salvó de la hoguera, él no era hierba seca…
Nuestro mártir estuvo siete años encarcelado en los calabozos de la Inquisición y cuando fue liberado, esa insólita costumbre ya estaba bien vista y se extendía irremediablemente por toda Europa. Qué ironía…