Siempre existe polémica sobre si la costumbre de cocinar a langostas y cangrejos vivos resulta extremadamente cruel o no. Hay quien defiende que estos animales no son lo suficientemente avanzados como para sentir dolor, y quien cree que sí sufren. Las opiniones suelen ser radicales, pero pocos se paran a reflexionar sobre lo poco que sabemos de ellos, y mucho menos a experimentar al respecto. Robert Elwood lo ha hecho y sus datos apuntan a que los crustáceos sienten un tipo de dolor parecido al nuestro (localizado en una zona concreta del organismo), mientras que el que los pulpos y otros cefalópodos afecta a todo su cuerpo, poniéndolo en alerta.
Ha probado a rociar la antena de gambas con un ácido ligero, y ha visto como usaban sus patas para retirarlo y tratar de cuidar la herida, algo que no pasaba si ponía anestésico antes. También aplicó descargas eléctricas a cangrejos cuando se ocultaban bajo una roca, y tras el segundo intento estos ya dejaban de acudir a ese refugio. Por último, comprobó que los cangrejos ermitaños salían de su caracola cuando se les electrocutaba… pero cuanto mejor era esta, más intensidad resultaba necesaria para que se marcharan.
Todos estos ejemplos pretenden arrojar algo de luz sobre un tema tan difícil de cuantificar como el dolor. Y la experimentación demuestra que los crustáceos no responden ante una agresión como un simple reflejo automático, sino que existe un proceso más complejo, que puede indicar que son seres sensibles. Mientras que un insecto se muestra indiferente ante las situaciones más extremas, parece que los cangrejos y langostas sí notan cuando se les hace daño. Por lo tanto, la costumbre de introducirlos en una olla con agua hirviendo vivos debería dejarse de lado, al menos hasta que surjan evidencias en otro sentido.
¿Qué opinas del tema? ¿Crees que los crustáceos sienten dolor, o sólo reaccionan mecánicamente ante el entorno?
Imagen | Jan Beckendorf
