Poner fin a cualquier serie que supere las, digamos, cinco temporadas no debe ser nada fácil pero lo de How I Met Your Mother (Cómo Conocí a Vuestra Madre, CBS) con sus nueve temporadas y el lastre de una decisión tomada hace como poco siete años ha debido ser de nivel experto. ¿El resultado? Sobre el papel han cumplido con su plan: querían explicarnos cómo Ted conoció a la madre de sus hijos y nos lo han explicado. ¿Es eso suficiente? Para mí no —o no del todo— porque al desenlace le ha faltado corazón y le ha sobrado cerebro. Y es que tan mala es la improvisación como la sobreplanificación.
Desde su concepción How I Met Your Mother jugó a ser la lista de la clase. En esencia no era más que una sitcom heredera directa de Friends pero con una narración no lineal y fragmentada a lo Lost que la hacía diferente y fue realmente divertido ver como se las apañaban con los flashbacks y los flashforwards para solapar dos, tres y hasta cuatro líneas temporales diferentes y que al final todo tuviera sentido. El problema es que el high concept de la madre como objetivo les acabó explotando en la cara porque dejó de importar hace tiempo y lo que la hacía tan especial al final ha resultado ser su perdición ya que su universo se iba limitando irremediablemente con cada paso que daban.
Los que teorizan sobre guión suelen decir que una de las características principales de las sitcoms, si no la más importante, es que los personajes no evolucionan. Supuestamente se debe a que es la única manera de mantener la esencia, por lo que los guionistas deben componer un plan que les sirva tanto para durar una temporada como para veinte. Eso es en teoría, claro, porque nuestra experiencia como espectadores nos dice que siempre, para bien o para mal, se producen pequeños cambios, casi imperceptibles, que hacen que los personajes y la serie evolucionen. Y nosotros con ellos. Esa es la gracia.
En el caso de How I Met Your Mother , el hecho de tener un final predeterminado –y grabado– desde su segunda temporada desgraciadamente ha limitado su progresión. Siempre daba la sensación de que había algo extradiegético que impedía que los personajes evolucionasen libremente y que provocaba que girasen una y otra vez sobre el mismo eje. Ahora sabemos que no se podían alejar demasiado del maldito plan de lo de la madre y lo de la tía Robin y que desde el piloto teníamos la respuesta ante nuestras narices: Robin es el gran amor de Ted —y viceversa— pero necesitaban ajustar sus timings.
Eso por sí solo no es nada malo, de hecho nos dan una explicación totalmente lógica pero, repito, con más cerebro que corazón. Como se intuía, lo del medio era un gran macguffin para entretenernos —y la verdad es que nos han dado momentos de gloria— pero el tiempo, ese con el que sabían jugar tan bien, ha acabado siendo su mayor enemigo. Seguramente si la serie se hubiese acabado hace tres o cuatro temporadas, cuando todavía nos importaba, la sensación sería muy diferente y, sobre todo, nos hubiese apenado más que se acabase.
Algunos nos hicimos ilusiones con el experimento de esta última temporada, todo un salto de fe, pero al final ha quedado en un simple —y gran— homenaje a los fans pero que conceptualmente es todo un error —¿para qué centrar una temporada en una boda que se descompone en la primera media hora de la finale?— y además pone de manifiesto cómo de diferente hubiese sido la serie su no se hubiesen auto-encorsetado y nos hubiesen presentado antes a la madre, esa fantástica Tracy McConell interpretada por Cristin Milioti a la que empezábamos a conocer y que tan bien parecía encajar en el grupo.
Pese a todo, y como se suele decir, prefiero hacer un ejercicio de fanesia y quedarme con lo bueno, que ha sido mucho. Con los legen..wait for it… darys, los trajes y el famoso playbook de Barny, los Have You Met Ted?, las canciones de Robin Sparkles, los discursos plastas sobre arquitectura de Ted, los hifives, los doppelgängers, las intervenciones, las fiestas de disfraces, los gritos de Robin a la pobre Patrice, la slapbet, las trompas azules, los paraguas amarillos y hasta los momentos ñoños… todo eso ya no nos lo quita nadie.