True Detective II, lo anodino disfrazado

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Intro True Detective

Cuando una ficción, un estilo de vida, o cualquier cosa es susceptible de adquirir el dudoso honor de ser considerada “moda”, automáticamente nacen los llamados haters; personas que por una razón u otra odian o no son capaces de soportar esa determinada moda, y hacen uso de las redes sociales, que son la nueva cafetería del barrio, para expresar su descontento, su desacuerdo, y su explícito deseo de que tal o cual moda desaparezca de manera inmediata.

Hasta aquí todo bien, todos hemos tenido un rechazo inmediato sobre algo y nos hemos expresado dentro de los márgenes que nos permite la ley. El problema, bajo mi punto de vista, es cuando esa crítica se hace sin fundamento, sin pensar, y sin respetar lo más mínimo ni a las personas implicadas ni a los demás; en concreto, para el ámbito de la ficción audiovisual, esto se ha llamado hate-watching.

El hate-watching nació junto a los foros, y gozó de gran popularidad con el estreno de Perdidos, donde blogs y foros se dividieron entre los que disfrutaban la serie y los que la veían para señalar cada pequeño (o enorme) fallo, ya fuese de guión o de producción. Con las redes sociales, los blogs especializados y la inclusión de comentarios en éstos últimos, el hate-watching se ha convertido hoy día en una práctica común, yo diría que incluso adictiva, y muchas han sido las series y películas vistas y desmenuzadas al detalle solo para dar rienda a una cantidad inconmensurable de bilis, con casos sonados como los de Prometheus, El hombre de acero, Juego de tronos (!!), y, este verano, True Detective II.

A principios de 2014 se estrenaba en HBO True Detective, una miniserie (ahora llamadas series antología) protagonizada por Matthew McConaughey, en plena cresta de la ola por su interpretación en Dallas Buyers Club, y Woody Harrelson, ambientada en Louisiana y que giraba en torno a la investigación de un asesino en serie que se ha extendido durante veinte años, a la vez que se exploraba las vidas personales de los dos detectives.

Cuarteto de True Detective

Con la maravillosa dirección de Cary Joji Fukunaga, la fotografía de Adam Arkapaw, unas interpretaciones que no bajaban nunca del sobresaliente y unos logros técnicos espectaculares (¡¡ese plano secuencia!!), True Detective se irguió como la serie de un año que acababa de empezar (servidor no ha visto Fargo, así que para mi TD fue la serie de 2014). Pero lo más alabado sin duda fue el guión, el intrincado rompecabezas con ecos de Poe y Lovecraft que Nic Pizzolatto puso en el tapete, que fascinó a propios y extraños, y que conseguía asustar y conmover a partes iguales.

Así pues, y visto que la ficción de Pizzolatto casi eclipsa al buque insignia de la cadena como es Juego de Tronos, se abordó la posibilidad de continuar la marca True Detective como si de American Horror Story se tratase. Pizzolatto dio el OK, y comenzaron la conversaciones para elegir un cast de estrellas y un director adecuado a la nueva trama. Sin embargo, mientras se anunciaban los fichajes de Justin Lin (Fast & Furious 4-6) para la dirección y de Colin Farrell, Rachel McAdams y Taylor Kitsch para los detectives, y, sobre todo, Vince Vaughn en un papel por determinar, las críticas no se hicieron esperar, para una temporada que debía ser total y absolutamente idéntica a su predecesora, pero cambiándolo todo. O eso más o menos eso lo que se pedía.

La trama cambiaba la mística presencia de Louisiana por la soleada, contaminada y corrupta California, girando en torno a tres detectives y un mafioso envueltos en una investigación tras el asesinato de un miembro del consistorio de la ficticia ciudad de Vinci, aledaña a Los Ángeles. Decíamos, por tanto, adiós a esos planos con la vegetación siempre presente, al terror de lo desconocido y lo místico que ofrecía el sur de Estados Unidos, y debíamos afrontar que la acción se volvería “más convencional”; y es que admitámoslo, si algo hay ahora a troche y moche, a parte de superhéroes, son procedimentales policiacos ambientados en una gran ciudad. Y aquí fue donde todo se fue al traste.

True Detective II

Pizzolatto vuelve a poner sobre la mesa personajes torturados, ahogándose en su propia angustia vital, que además tienen la obligación de resolver el asesinato de un concejal, que a su vez provocará que la mafia local, la internacional y el propio ayuntamiento de Vinci se movilice. La trama no es en absoluto complicada, yo diría que es hasta simple, e incluso mil veces vista. Aquí peca Pizzolatto, no sé si de arrogante o de pardillo, porque da mil y una vueltas, intentando que lo que ha escrito es más de lo que es. No lo consigue, y aquí está el primer fallo.

Cuando la historia se va de madre o se ralentiza, se apoya en su trío (cuarteto) protagonista, pero aquí vuelve a fallar; si Rust Cohle era un nihilista negativista, era por un suceso terrible de su pasado inmediato, que unido al resto de su vida se había convertido en trauma. Vemos pequeñas pinceladas pero nunca todo de golpe, y eso era parte del encanto del personaje. Aquí, ni Ray Velcoro (Farrell), ni Ani Bezzerides (McAdams) ni mucho menos Woodrugh (Kitsch) van desplegando sus traumas, sino que aparecen con cara de preocupación o de almorranas desde el minuto uno. La decisión trágica que les ha llevado a tener cara de seta se expone a prisa y corriendo o de golpe, y se hace muy difícil desarrollar empatía con ellos.

No obstante, los tres antes mencionados cumplen con creces, siendo el más destacado un Colin Farrell que es el que más progresión narrativa tiene a su disposición y que no duda en aprovechar. También habría que destacar que ha sido una sorpresa ver en esta faceta de mafioso peligroso a Vince Vaughn, que lo borda y goza de los mejores momentos de acción, aprovechando su gran envergadura física. La dirección, monopolizada por Fukunaga en True Detective, aquí se divide y comparte, y, se quiera o no, resta mucha calidad al conjunto. No es una mala dirección, es simplemente anodina, y yo diría que incluso abusando del plano aéreo, para mostrarnos la inmensidad de la gran urbe. La fotografía de Nigel Bluck destaca sobremanera, aprovechando todas las escenas de noche con gran acierto.

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Eran tales las ganas de ver caer a Pizzolatto, o de intentar restarle valor a True Detective, que la práctica del hate-watching ha tenido su cénit con la emisión de esta True Detective II. He visto a gente suspenderla directamente, y, o bien yo soy más paciente, o soy un buenazo, porque para mi esta segunda aventura de Pizzolatto ha sido un quiero y no puedo; o bien lo escribió todo a prisa y corriendo, o bien pensó que su propia marca televisiva le haría de colchón para tapar las inconsistencias de su guión. No obstante, bien por las interpretaciones, bien por la fotografía o por ese final que indigna e invita a reflexionar a partes iguales, True Detective II no me ha supuesto ninguna pérdida de tiempo, y añado que hay que tomarse con más ligereza el bajón (por otra parte lógico) que puede dar una ficción de un año a otro.

Archivado en HBO, Series USA, True Detective
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