En 1991 un joven escritor, Antonio Muñoz Molina, se alzaba con el Premio Planeta gracias a una obra majestuosa: El jinete polaco.
Muñoz Molina se dio a conocer como novelista en 1986 con Beatus Ille, ganadora del Premio Ícaro, iniciando la senda de un escritor que de manera inmediata consiguió el aplauso generalizado de crítica y público.
Su cuarta novela, El jinete polaco, es una obra mayúscula de seiscientas páginas de extensión plagada de intimismo, nostalgia, memoria y deseo.
Gran parte de la acción se desarrolla en el pueblo imaginario de Mágina (una recreación mitológica de la Úbeda natal del autor) y, entrelazando pasado y presente el autor reconstruye una autobiografía imaginada en busca de una reconstrucción de sí mismo. Un pensamiento continuo carente de diálogos conformado por un fluir de pensamientos y recuerdos propios y ajenos arraigados en la memoria colectiva del ambiente del narrador.
Se trata de una obra de extrema complejidad literaria, quizá sólo apta para un público con una buena disciplina lectora que rezuma poesía y lirismo en cada una de sus páginas.
Toda la novela es una evocación a recuerdos propios y ajenos, un continuo ir y venir en el espacio y el tiempo que favorecen la complejidad de la obra.
La historia empieza a contarse desde el final: Manuel y Nadia en una apartamento de Nueva York rebuscando en un viejo baúl lleno de fotos analizado los inexplicables caminos del destino que les han llevado a confluir en un mismo tiempo y lugar para saciar finalmente su pasión.
A partir de ahí los saltos en el tiempo van entrelazando personajes entre el final del siglo XIX y el tiempo actual en una amalgama de historias y situaciones magistralmente hilada.
Mi opinión personal: una novela impresionante que no debiera faltar en la biblioteca de ningún amante de la buena literatura.