El miércoles por la noche me encontré a un viejo amigo en el bar. Cuando entré, él estaba sentado en una de las mesas del fondo, charlando por telepatía con las musarañas, jugueteando con la cucharilla de su café. Me temí lo peor, casi me doy la vuelta. Quiero ver las semifinales de la Eurocopa, pensé, no quiero pasar las próximas dos horas escuchando penas. ¡Sí, soy mal amigo! En el espejo de enfrente, vi la cara de un inocente degollado. Vaya careto tengo. Como decía Bill Shankly, el fútbol no es una cuestión de vida o muerte, es algo mucho más importante.
Gracias a Dios o a los dioses, no me había visto entrar, así que me acerqué discretamente a la barra, tapándome los ojos con la mano derecha y encogiéndome cuanto pude. A veces me visto con un traje absurdo. Necesitaba una cerveza, el mejor amigo de un hombre en esas circunstancias. A estas horas habrás leído mil crónicas del partido, por lo que me ahorraré comentarios futboleros. Fueron 90 minutos de sudor y bostezos, una prórroga no apta para corazones reparados, y unos penaltis eclipsados por lágrimas de emoción.
Mi amigo, al que llamaremos José Luis Compostizo, aunque nadie llevaría un nombre tan insulso, seguía absorto en su esquina. A su alrededor, la gente gritaba exaltada las jugadas de “la roja”, se desesperaban con los cambios de Del Bosque, y reclamaban a Pedrito el grande. Yo miraba de reojo de vez en cuando. ¿Qué hace? ¿No piensa volver de ese planeta tan lejano? Nunca ha sido tan raro…
La moto de la curiosidad se puso a rebufo de la moto “roja”, y empezó a enseñar el morro en las rectas. No, no. Tengo que aguantar las últimas vueltas… ¡huy! ¡Eso era gol! Otro trago de cerveza.
Bandera a cuadros. Penalty a lo Panenka y brindis a la luna. Cristiano, Pepe, Coentrao y compañía, recogieron los bártulos y sus malos modos, regresaban a su querida Portugal. La cerveza empezaba a escasear, las camareras parecían ya cansadas de imitar al logo de Matutano, y el subidón que tenía tras la victoria, me hacía sentir invencible. Ya estaba preparado. Mi euforia opiácea sería la armadura ideal para protegerme de los garrotazos que me iba a tocar sufrir. ¡Ahí voy! ¡Ahora ya puedo ser un buen amigo!
José Luis es un productor de cine que nunca ha vivido de las subvenciones, ha sobrevivido abrazado a su instinto de supervivencia. A base de ideas geniales. Pero últimamente pasaba una mala racha. Paso a paso, me acercaba a la única mesa de luto del bar, a un oasis de amargura. Miré hacia atrás por última vez, ¿Por qué no me quedo ahí a celebrarlo?
Nada más verme, se levantó con una sonrisa que envidiaría Julia Roberts, me estrechó la mano y me invitó a sentarme con él. A partir de ahí, fue como si me cortaran la lengua y me crecieran las orejas de Dumbo. Solo escuchaba. Con la boca abierta; y seca. Me había dejado la cerveza en la barra…
Verás Gorka, sé que es difícil de creer, pero tú conociste a mi abuelo. Murió hace un par de semanas. Sí, sí, sé que lo sientes, pero no quiero desviarme del asunto que quiero contarte. Escucha, eres un genio cuando callas. Él también era productor. Un grande, como bien sabes. ¡Hasta trabajó en Hollywood! Al salir del entierro fui a su casa, necesitaba encontrar unos papeles para el seguro. Odio invadir la intimidad de nadie, y además, él nunca nos dejaba entrar en su habitación. Me sentía un traidor, un vulgar saqueador, aunque alguien tenía que hacerlo, era mi cruz. Busqué por todos los cajones, perdí mis ojos y no encontré nada valioso. Ropa y más ropa. Hasta que me fijé en un baúl de color ocre deslustrado que reposaba junto al armario. ¿Cómo es que no lo había visto antes? Estaba tapado, bajo una manta de cuadros rojos y negros, con la llave metida y medio girada en la cerradura. Terminé la faena sin pensármelo. Lo abrí. ¿Qué crees que había dentro?
Recortes de periódicos antiguos y cuadernos amarillentos. Eran noticias del séptimo arte, fotos en las que aparecía mi abuelo de joven, y reportajes sobre las estrellas del cine clásico que había conocido. Lo guardaba todo, aunque fueran artículos necrológicos. ¡Qué ilusión me hizo descubrir ese tesoro! Me senté en el suelo de la habitación como un indio, la revisión iría para largo…
Una hora más tarde, más cerca de mi abuelo que nunca, abrí uno de los cuadernos. Era un guion sin firmar. Muy antiguo. Empecé a leerlo. ¡No me lo puedo creer! ¡No me lo puedo creer! ¡Es una obra maestra! ¡Qué diálogos! Pasé toda la noche leyendo un cuaderno tras otro. Hay decenas. Es impresionante. No sé si me harán rico, pero de lo que estoy seguro, es que iré al infierno si no consigo financiación para que se rueden.
Ponte en situación. Segunda Guerra Mundial, Casablanca es una ciudad a la que llegan huyendo del nazismo gentes de todas partes. Llegar es fácil, pero salir es casi imposible, sobre todo si tu nombre aparece en las listas de la Gestapo. El principal objetivo de la policía secreta alemana es el héroe de la resistencia, un líder checo que se llama Víctor Laszlo.
Su única esperanza es Rick Blaine, propietario del “Rick’s Café”, un exclusivo antro donde puedes pasar el tiempo jugando a la ruleta o escuchando canciones al piano. Rick tiene un par de visados sin nombre. Te va a extrañar, pero el conflicto lleva faldas. La mujer de Laszlo, Ilsa, es un antiguo amor de Rick. Rick deberá elegir entre su propia felicidad o arrimar el hombro y tragar: ayudar a Víctor a salir del país.
Tardaría mucho tiempo en explicártelo bien y la cabeza me va a estallar. El actor protagonista será John Hamm, Don Draper en Mad Men. Quiero que este tío interprete a Rick Blane. Un tipo duro, que en el fondo, esconde un idealista. Un cínico y un romántico. Naomi Watts hará de Ilsa. Es inteligente y transmite dulzura y elegancia. Mi duda es quién se meterá en la piel de Víctor Laszlo. He pensado en Leonardo Di Caprio y en Ralph Fiennes. Philip Seymour Hoffman, haría de Ugarte. Sean Pean, podría ser el capitán Renault. O quizás, Jean Dujardin. Y Christian Bale, creo que clavará el personaje del Mayor Heinrich Strasser. Me falta un actor negro que sepa cantar… ¿Qué te parece? ¿He tirado la casa por la ventana? Es evidente que no es una película para Tarantino, ni para Almodóvar, ¿Alguna idea? ¿Qué te parece Alexander Payne?
Fueron 9 horas, suficientes, para darme cuenta de que la eternidad es demasiado corta. El amanecer nos agarró de la mano para llevarnos a la cama. Cada uno a la suya, claro. Me habló, entre otros muchos, de un extraordinario guion en el que Jeff Bridges interpretaría a un tal Vito Corleone, Edward Norton sería su hijo Michael, y Colin Farrell, Sonny, el hermano de este último. Los acompañaría Adrian Brody, que sería Fredo. José Luis se quedó sin batería. Menos mal, ya estaba marcando el número de Joaquin Phoenix para que pronunciara las frases que escribieron para Tom Hagen. Perdona, obviamente, no sabes de qué te hablo. No tienes ni idea de quiénes son esos tipos, pero te voy a decir una cosa. Un pajarito me dice que esa historia de mafiosos podría triunfar sin padrinos. Tiene algo.