Si hay una película sombría, que en los últimos años haya robado tanta luz al sol, como para resplandecer entre las más grandes de la historia, ésa es Cadena Perpetua. Un vino que mejora con los años. Soy rehén del sabor que dejó en mi boca. Cuando descorcharon la botella, allá por el año 1994, pegó tal chupinazo, que nos dejó mudos a todos los que la disfrutamos. Una delicia balsámica.
Vuelvo la vista atrás y parece que fue ayer, estamos sentados en el cine Unzaga, criticando a algún amigo ausente, entre risas y palomitas. Hasta que se abre el telón, se apagan las luces y sentimos a nuestras espaldas, el foco del proyector. Un segundo más tarde, a la salida, no podía hablar de otra cosa, abandoné la oscuridad borracho de satisfacción, eufórico, seducido por el genio del talento, consciente de haber vivido algo único. Había nacido un clásico.
Frank Darabont firmó un drama carcelario que nos transportó a otra época, sin efectos especiales, puro cine. Adaptó el relato corto de Stephen King, “Rita Hayworth and Shawshank Redemption”. Guion y dirección. Un pulso narrativo a la altura de los más grandes, un argumento impecable. Gracias Frank, por esta entrañable historia sobre la amistad, gracias Frank, por esta entretenidísima fábula sobre la esperanza y el tesón, gracias, por este cuento poético y crudo, lleno de inteligencia, y por demostrar que se puede ser libre incluso, entre cuatro muros de piedra. Dos reclusos de diferente condición social encadenados al desánimo, dos personas que confían el uno en el otro.
Era el año de Forrest Gump, El rey león, Pulp Fiction, Leyendas de pasión, Balas sobre Broadway, Speed, Ed Wood, Tres colores: rojo, Entrevista con el vampiro o Quiz Show. ¿Con cuál te quedas? ¿Algún personaje que sazone esas películas te marcó para siempre?
La película avanza enganchada a una locomotora que en lugar de vapor, humea la voz en off de Morgan Freeman. Es el narrador. Un discípulo de las calles consciente de que algunos pájaros no pueden ser enjaulados.
Sus plumas son demasiado hermosas. Y cuando se van volando, se alegra esa parte de ti que siempre supo que era un pecado enjaularlos. Aún así, el lugar donde tú sigues viviendo resulta más gris y vacío cuando ya no está. Supongo, que sencillamente echo de menos a mi amigo.
Año 1947. Andy Dufresne (Tim Robbins), vicepresidente de un banco en Portland, es encarcelado tras ser acusado de asesinar a su mujer y su amante. Un “buen” trabajo para un hombre tan joven. En prisión traba amistad con Red, un preso condenado a cadena perpetua. Nuestro hombre. El prisionero 30265. Ellis Boyd “Red” Redding.
Red es el primero que se fija en Andy, ese larguirucho desgarbado y solitario que camina como si tuviera un abrigo invisible que le protege de las amenazas del presidio. Primero observa a distancia, esperando que un viento fuerte se lo acabe llevando, pero hay amistades que no se eligen, simplemente surgen. No comprende qué hace Andy, en ese rincón olvidado del purgatorio. Él sí, él es el único culpable que hay Shawshank, pero Andy parece un pingüino en el desierto. Red ya está resignado, y por eso puede ser realista. Poco a poco, otra cosa no, pero tiempo les sobra, van conociéndose. Andy necesita un martillo de gemas y un póster de la bellísima Rita Hayworth. Y Red es el conseguidor de la cárcel, un contrabandista interno que sobrevive vendiendo cigarrillos o botellas de brandy. No hay problema, el alcaide hace oídos sordos a estas pequeñas infracciones, siempre y cuando, los condenados guarden su biblia en la celda y el dinero de la corrupción siga llenando sus bolsillos.
Red es un observador. Presta atención a todo cuanto pasa, pero se olvida de poner los ojos en sí mismo. Sin darse cuenta, se ha convertido en su padre. Nos termina pasando a todos. Qué horror. No, no es su padre, es el viejo Brooks. El veterano bibliotecario recibe la incondicional después de muchos años de espera. Una alegría. O no. El penal ha devorado su vida, es incapaz de enfrentarse al mundo, se ha institucionalizado. Ahí dentro es alguien importante, un tipo culto. Fuera, es un paria que no sabe cruzar la calle, un viejo inútil con artritis en las manos. Esos muros embrujan: primero, los odias. Luego, te acostumbras. Y al cabo de un tiempo, llegas a depender de ellos. Empeñarse en vivir o empeñarse en morir…
¿Rehabilitado? Bueno, déjeme ver. ¿Sabe? No tengo ni idea de lo que eso significa… sé lo que ustedes piensan que significa. Para mí es solo una palabra inventada, una palabra de políticos para que ustedes jóvenes puedan usar ese traje con corbata y tener un empleo. ¿Qué es lo que de verdad quieren saber? ¿Que me arrepiento de lo que hice? No pasa un solo día en el que no me sienta arrepentido y no por estar aquí o porque ustedes crean que debo estarlo. Pienso en como era en ese entonces, un joven y estúpido niño que cometió un crimen terrible. Quisiera poder hablar con ese niño, hablarle y hacerle entrar en razón, decirle como funcionan las cosas. Pero no puedo. Ese niño ya no está, este viejo es lo único que queda y tengo que vivir con eso. ¿Rehabilitado? Es una palabra de mierda. Así que ponga su sello en los formularios, hijo y deje de hacerme perder el tiempo porque a decir verdad, me importa una mierda.
Freeman da una clase magistral de interpretación. Gestos, miradas, silencios…
En la novela de Stephen King, “Red” Redding es un irlandés pelirrojo. Y el primer pelirrojo que te viene a la mente es Morgan Freeman. Sin duda. Además es irlandés. Es tan obvio, que me avergüenza escribirlo. Frank Darabont pensó lo mismo. Sabía que Morgan era el actor perfecto para encarnar ese papel, y ¿quién podría rebatirlo? Como ha ocurrido y ocurrirá a lo largo y ancho de la historia del cine, se barajaron otros nombres, ¿Te imaginas a Harrison Ford, a Paul Newman o a Robert Redford interpretando a Red? ¿A quién habrías elegido tú para este personaje?
Brooks was here.
Como dijo Martin Luther King, si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol. Así que guarda tu navaja en lo más profundo de un cajón. No escribas tu nombre junto al de Brooks, por favor, afloja la soga que amarraste al tronco de ese tugurio solitario. Empéñate en vivir, viaja a Buxton, en Maine, busca en las raíces de un enorme roble, aparta la piedra negra volcánica, y ¡nos vemos en Zihuatanejo!
Se me ha puesto la piel de gallina al leer el artículo. Elegir a Freeman para ese papel acertó de lleno.