Jaume Perich:
Mis amigos me dicen que soy muy agresivo, pero me lo dicen a gritos.
La agresividad no tiene fronteras, y los compatriotas de Angela Merkel también tragan saliva de vez en cuando. No todos son familia de Heidi Klum, no todos son angelitos. Vivimos tiempos de nubarrones negros, la prima de riesgo no baja, y empieza a sentirse el miedo de que reviente la cruz de la economía. Las hojas del calendario siguen cayendo, y pronto nos estremeceremos al escuchar las sirenas de los bomberos en las calles, los incendios estarán por todas partes, y habrá que encarcelar a muchos por montar en cólera, por soltar rayos y truenos por su boca.
Dos avispados empresarios alemanes han dado un paso adelante. Ellos tampoco tienen la receta para resolver la crisis, pero al parecer, pueden echar una mano a sus paisanos. Y si el bolsillo se hincha un poco con la idea… ¡bienvenido!
Han diagnosticado la enfermedad, han entendido el problema, y han encontrado la solución, la medicina. Para los síntomas. Algo es algo. Los ciudadanos pasivo-agresivos necesitan desahogarse. Necesitan reconducir la rabia, el estrés y la frustración para no causar daños a terceros. Qué culpa tenemos los demás de que tu veleta no pare de girar. Se venderán menos tiritas…
¿Y cómo podrían hacerlo? ¿Tirándose de un puente? ¿Viajando a Salou un fin de semana? ¿Rompiendo el jarrón del salón o la horrorosa cubertería que te regaló tu suegra? ¿Insultar a desconocidos en el Facebook, en un chat, o en alguna página web? ¿Provocar un accidente de tráfico en una rotonda?
No. Mucho más simple. Tan fácil como marcar un número de teléfono y gritar unas palabritas amables y simpáticas a la persona que escucha al otro lado de la línea. A insulto limpio, vamos. Sin denuncias y a lo loco.
Los expertos afirman que no es bueno reprimir los sentimientos negativos. Te suena, ¿verdad? Es un clásico de las madres. Te va a salir una úlcera… cada uno carga con sus responsabilidades a su manera, leches. Por supuesto. Pero ten en cuenta una cosa, con el tiempo se acumula el enfado y el estallido de furia podría dejar pequeño al Big Bang. ¡Boom!
La línea telefónica de los insultos, conocida como “Schimpf-los” (“soltar los tacos”), tiene operadores trabajando los siete días de la semana, 24 horas al día. Los náufragos pueden insultar y despreciar a los mártires profesionales, utilizando el lenguaje más desagradable que se les ocurra. Un canto a la creatividad.
Ralf Schulte, de 41 años, creó la línea con su compañero en un proveedor de servicios multimedia, Alexander Brandenburger:
No juzgamos a la gente que está enfadada.
Es algo que ocurre. Es natural. Con nosotros puedes desahogarte sin ataduras.
Estos tipos se inspiraron en sus propias y estresantes rutinas diarias. Hay gente que encuentra una oportunidad en cada crisis o inconveniente. Chicos listos. Schulte lo tiene muy claro, está haciendo un favor a la gente, prestándoles un servicio, proporcionándoles una vía para liberar su irritación reprimida. Evita altercados en casa o en el trabajo.
Si estás estresado en el trabajo, llegas a casa y tu pareja se lleva la bronca. Incluso aunque no sea su culpa.
En ocasiones, los que llaman no han leído a Francisco de Quevedo o a Oscar Wilde, no son hijos de Don Ingenio. O simplemente, se contienen, temerosos. No hay problema. Hay un protocolo para eso. Los operadores de la línea les buscan con descaradas provocaciones como:
Es la tercera vez que te escucho hoy. ¿Eso es todo lo que tienes?
Guau. Si a partir de ahí comienza una discusión directa entre cliente y empleado, es algo que quedará entre ellos. Fundido a negro. El servicio cuesta 1,49 euros por minuto, un precio que para Schulte está totalmente justificado.
Por poder sacar todo lo que tienes dentro es una ganga.
¿Llamarías a una línea de éstas? ¿La necesitas? ¿Te sentirías mejor insultando a un desconocido? ¿Tienes una larga lista de “frases campechanas” en tu repertorio? ¿Podemos llamar los españoles para quejarnos de los recortes que nos imponen desde Berlín? ¿Estarán preocupados por esto, los psiquiatras y psicólogos alemanes?