¿Es posible huir del destino? Imagínate el siguiente escenario. Has nacido y vives en Glasgow. Escocia. Un rincón a contramano, decadente, lleno de calles sin sentido, calles pintadas con grafitis del color de la miseria y la pobreza. La violencia es tu hermana, no sabes vivir sin ella. No es una situación tan descabellada, ¿verdad?
Cualquier aficionado al cine conoce a Ken Loach, un director que tiene un sello propio en este mundillo. Un hombre preocupado por los asuntos sociales, los problemas que desvelan a la gente menos favorecida. En The angels’ share este inconformista aficionado a sacudir conciencias, nos habla de la redención. De aprovechar la última oportunidad. O la única. En el Reino Unido ya hablan de la “generación perdida”, desempleados e inempleables jóvenes, las estadísticas son testarudas, y por una vez representan la realidad.
Robbie es un joven que nació en la misma ciudad que Mark Knopfler, pero su vida no es un musical. Es listo, avispado, y sin embargo, la violencia y las drogas han construido un torreón a su alrededor y no puede salir. Todos se lo dicen una y otra vez, no hay salida, chico.
Y entonces, cuando ya casi no puede caer más bajo, decide enfrentarse a su conciencia. Va a tener un hijo con una chica “limpia”, Leonie, que le da un ultimátum. O cambia, o lo pierde todo. Tendrá que escuchar las consecuencias de su pasado. Una noche, hasta las cejas de coca, propinó una brutal paliza a un joven sin venir a cuento, destrozó su vida. Ahora tiene que escuchar el relato del chico y de su madre cara a cara. Y llora. Se da cuenta del monstruo que es, pero en vez de achicarse y meterse un año en la cama, o revolverse ante la “injusticia”, asume el castigo y elige hacer algo positivo, opta por salir adelante. Por su hijo.
Está condenado a prestar servicios a la comunidad. Ahí conoce a Rhino, Albert y Mo. Tres desgraciados, cuatro perdedores. Pero sobre todo a Harry, el educador que les han asignado. Él será quien les inicie en secreto en el arte del whisky. Visita guiada a una destilería, un seminario de degustación de un fin de semana en Edimburgo, lecturas y clases para afinar el gusto… Robbie descubre con naturalidad que tiene un buen paladar, que tiene talento y olfato, muy pronto es capaz de identificar los distintos tipos de whisky. Si tuviera educación, si supiera más…
Cuando descubres un mundo nuevo, te fijas en noticias que antes te pasarían desapercibidas. Va a salir a subasta un tonel de Malt Mill, en los ojos de Robbie se dibuja el signo de las libras esterlinas. Un millón. Acudirán los mayores expertos del mundo, es algo inaudito, un barril completo del más preciado de los whiskys. Robbie no puede dejar escapar la ocasión…
The angels’ share es una comedia divertidísima. Un cuento. Y te lo digo ahora, sí. Yo me reí a carcajadas y me dejé llevar por una mano tierna y optimista. Es cierto, se derrama humor grosero, pero no te dejes engañar, no es superficial, el trasfondo es duro, son gente ruda, sin estudios, que si les preguntas por Oscar Wilde piensan en el hijo de la pescadera. ¿Podrían saborear un humor más refinado?
Después de ganar el Premio Especial del Jurado en Cannes ha conseguido el Premio del Público SGAE-Fundación Autor, a la mejor película europea, en el Festival de San Sebastián. Crítica y público, no está mal, ¿no?
¡Ah! Te preguntarás de dónde viene el título, qué significa. No te dejaré con la duda, te lo voy a explicar. “El whisky es una bebida alcohólica obtenida por la destilación de la malta fermentada de cereales como cebada, trigo, centeno y maíz, y su posterior envejecimiento en barriles de madera, tradicionalmente de roble blanco”. Lo dice la Wikipedia y eso va a misa.
Bueno, lo importante. A la hora de embotellarlo, una parte de ese whisky se ha esfumado; y por una vez, el culpable no es un político. La ciencia dice que esto ocurre porque, en contacto con la madera, el alcohol se evapora. No es una mala explicación, no. Pero los escoceses son más poéticos. Dicen que esa parte que desapareció, la bebieron los ángeles.