No cabe duda de que Dell, a pesar de ser el tercer fabricante de ordenadores del mundo, ya no disfruta de la posición privilegiada de hace unos años. En la era post PC, los dispositivos verdaderamente relevantes son las tablets y los smartphones, y en este segmento la compañía se encuentra en una situación muy precaria respecto a multinacionales como Apple o Google. Para solucionar este problema, la empresa necesitará reformas muy profundas y dolorosas, que seguramente sus accionistas no verían con muy buenos ojos. Así que ha optado por lo práctico: librarse de ellos, ayudada por Microsoft, otro gigante en riesgo de caer en la irrelevancia.
Así pues, Michael Dell (fundador de la compañía) anuncia que la marca va a recomprarse para salir de bolsa, gracias a sus propias aportaciones personales, a las de distintos bancos de inversión y a un préstamo de 2.000 millones de dólares de Microsoft. Los creadores de Windows no tendrán capacidad de decisión en la empresa, pero sí esperan establecer una alianza estratégica con ella. La oferta a los accionistas (que aún podría ser rechazada) asciende a 24.400 millones de dólares, lo que supone un extra del 25% sobre su valor de mercado. Al igual que otras importantes firmas estadounidenses, la compañía toma este camino para aliviar la presión de los accionistas, que exigen beneficios, y la vigilancia de los organismos reguladores.
Desde mi punto de vista, se trata de una alianza en toda regla de dos antiguos líderes en clara decadencia, que esperan unir fuerzas para reaccionar y evitar un descalabro similar al que sufrió Nokia al no haberse adaptado a las condiciones que impuso Apple en la industria con el iPhone. Las dos empresas disfrutan de unas cuentas saneadas, y la debacle no resulta inminente, por eso esta reacción a tiempo tal vez les permita remontar la situación y volver a ser competitivos. Windows 8 jugará un papel clave en este proceso, por lo que esperamos con ansia ver qué productos con este sistema operativo lanza la nueva (y privada) Dell.
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