Un gran maestro recientemente fallecido decía que la filosofía es “literatura de conocimiento”, y vaya que se pueden trazar líneas paralelas entre la literatura como tal y las obras de los filósofos. Nietzsche, por ejemplo, es una sombra constante en las historias de Mitchell. Pero vamos en orden que ya habrá tiempo de dar una perspectiva que dé cuenta del subtítulo ya mencionado. Aunque bien se puede iniciar destacando el constante movimiento en el que están los personajes, no hay realmente un hogar que dure en estas páginas. Sutil forma de ir en consonancia con el río del tiempo.
Adam Ewing y su diario
Ya Gorka destacaba la variedad de formas narrativas con las que nos vamos encontrando. El diario da cuenta de la empresa que un muy devoto Adam Ewing se ha propuesto cumplir. Muy pronto irrumpe en escena Henry Goose, “cirujano de la aristocracia londinense”. La situación es completamente atípica pero reveladora del personaje: busca en la arena dientes perdidos que le sirvan para comerciar. Médico astuto que no escatima recursos para hacerse de unas cuentas monedas. Es un buen contrapunto para un joven, ingenuo y mojigato estadounidense de San Francisco. ¿Se puede sobrevivir a un barco lleno de “nobles” marineros sin un poco de maliciosa astucia? La historia nos intriga hasta su abrupta interrupción.
No se puede perder de vista a Autua, el esclavo y polizón que nos comienza a hacer un guiño del discurso político detrás de las historias. ¿Un negro siendo ayudado por un norteamericano que no para de buscar un consuelo para su atormentado espíritu? Venga ya. Sería bueno mantener a Lincoln en la cabeza para recordar el ambiente que se vivía por aquellos años en el país americano. Aquí hay gato encerrado y Mitchell va tejiendo la trampa con maestría. Es una historia en la que se entra de golpe, pero que, sin saber muy bien como ni cuando, termina atrapándonos al grado de sentir una gran curiosidad por avanzar las páginas para saber cómo termina todo. ¿Os ha pasado?
Las cartas y la música
Querida lectora, querido lector, las “Cartas desde Zedelghem” son una partitura. No hay que olvidar que Robert Frobisher es un genio musical, o al menos así se considera él. De aquí que sus cartas sean como notas de una melodía en construcción. Más allá de eso, el sueño que narra y que inaugura la historia es también una potente reflexión en torno a la música. ¿Cuáles son los límites entre el ruido y una linda melodía? Esta es una interrogante profunda que desgarra al músico y el sonido que produce esa desgarradura será monumental. Dos claves muy importantes: el eterno retorno y la línea ya remarcada por Gorka, a saber, las relaciones de poder que se van tejiendo.
Máxima ética nietzscheana: actúa como si quisieras que lo que haces se repitiera por toda la eternidad. La fuerza de este imperativo bien podría resonar en el libro entero. No somos sino variaciones musicales de una nota cuyo sonido viene del pasado para proyectarse hacia el futuro. Las cartas nos muestran un vecindario en donde locura y genialidad se encuentran con frecuencia, además de mostrar que las pasiones serán siempre el mejor motor para la creación. Una historia realmente fascinante y que la modalidad de entrega nos mantiene pendientes. Se trata de cartas sin respuesta, una nota y un silencio que se llena con nuestra propia inquietud por conocer los pasos de Frobisher.
Luisa Rey y el sentido del deber
El destinatario de las cartas de nuestro músico es Rufus Sixsmith, un físico que está en posesión de un informe capaz de tirar el teatro de corrupción montado en torno a una planta nuclear. La vida de millones está en juego y Luisa Rey, reportera con un fuerte sentido de la responsabilidad, llegará hasta lo último por encontrar la verdad. Es un primer encuentro frontal con el poder, una muestra más cercana a lo que acostumbramos. Quizá por eso cuesta la historia: ya lo hemos visto antes. Sin duda que se trata de una novela de suspense que va que vuela para la pantalla grande, pero hay algo más.
Decisiones, acciones y verdades. La búsqueda de la verdad es una decisión que requiere de acciones comprometidas e intrépidas. Pero, ¿qué verdad es esa que se busca? Lo único cierto es que se requiere de un compromiso constante para mantenerse en el camino. “Toda conciencia tiene un interruptor escondido en alguna parte”. ¿Cuál es el vuestro? Sin duda que el sorpresivo final de esta historia es el anuncio de que lo mejor está en la segunda parte. Sólo hemos calentado motores con el planteamiento del escenario en el que Luisa Rey es la portadora del cometa (marca distintiva del alma de se va variando).
Timothy Cavendish y su pequeño infierno
La mediocridad de un editor se ve interrumpida, no, lanzada literalmente hasta lo más alto. Pero nada es para siempre. La caída implica en el caso de Cavendish un auténtico descenso a los infiernos gracias a un engaño de su hermano. La irreverencia del personaje y su ingenio tardarán en asentarse, pues estamos conociendo las características de este pequeño reino de sombras en el que ha caído nuestro héroe. Como en toda gesta tendrá que tener compañeros si es que quiere sobrevivir a la Aurora. Pero no quiero dejar de recalcar que un asilo de gente mayor es el lugar elegido para ejemplificar una frase de Solzhenitsyn, escritor e historiador ruso, “El poder ilimitado en manos de personas limitadas siempre conduce a la crueldad”. Una auténtica aventura nos espera en el camino de vuelta.
La revolución de Sonmi-451
Me quedo con la descripción de Gorka de este escenario futurista. Chocante, muy chocante ver nombres de marcas convertirse en sustantivos de uso más que común. Pero, ¿estamos realmente muy lejos de esto? La pregunta invita a buscar en el interrogatorio más elementos de denuncia, más conexiones que nos adentren en lo que el autor quiere advertirnos. El proceso de ascensión de Sonmi es un viaje en el que las conexiones entre saber y poder se van haciendo cada vez más nítidas. No ha sido casualidad que en la historia anterior haya sido un ruso el que fuera citado: basta con que despierte uno de la clase oprimida para que el resto amenace con seguir ese camino. Además, las aventuras de Timothy han llegado hasta Sonmi gracias al cine, punto de conexión además del ya mencionado cometa.
Las cuestiones genéticas siguen estando presentes, sin duda otra de las líneas fuerza del libro. ¿Por qué tanto afán de la humanidad en buscar los puntos que nos distinguen? Al final puede que no seamos sino nubes en un cielo en constante movimiento. Las diferencias serían aparentes, pues ha sido el caprichoso soplo del viento el que ha modificado la forma, aunque la nube siga siendo la misma. Sería bueno contar entonces con un mapa, con un atlas de las nubes que nos ayudara a saber dónde está y ha estado cada uno de nosotros. La única barrera está en el tiempo que, según Sonmi, “es lo que impide que toda la historia ocurra de golpe; el tiempo es la velocidad a la que desaparece el pasado”. Ya no puedo esperar para conocer el final de cada una de las historias. ¿Nos siguen?
Veo que te has estudiado bien esta primera parte, Carlos. 🙂 Un trabajo de cirujano, muy interesantes las aportaciones filosóficas.
Veremos si al final David Mitchell consigue mantener el delicado equilibrio entre las historias, o alguna se impone al resto. Se las come. De esta primera parte, me quedo con Sonmi… y con Robert Frobisher. Una, por la importancia que se le intuye, y el otro, por su personalidad. Da miedo…