Suena el despertador (probablemente el del smartphone). Nos levantamos y tras la ducha, mientras desayunamos, cogeremos nuestro teléfono para conocer el estado del tiempo, del tráfico y leer las últimas noticias. Salimos de casa escuchando música también en nuestro teléfono mientras miramos nuestros mensajes: correo electrónico, Twitter, Facebook y, sobre todo, WhatsApp.
Cada vez que podemos escaparnos de nuestro trabajo/estudio volvemos a echar un ojo a nuestra pantalla para leer o escribir, para estar en contacto con amigos, para relacionarnos aún más. De vuelta a casa, seguimos enviando y recibiendo tweets y utilizando masivamente WhatsApp, mientras jugamos a Apalabrados, Candy Crash o algo similar. Una vez llegamos a casa, cuando ya podemos relajarnos, nos sentamos cómodamente en nuestro sillón preferido, a ver la tele… mientras que nuestro smartphone sigue advirtiéndonos de cada whatsapp que nos llega.
Este es, en líneas generales, un día normal en la vida de cualquiera de nosotros. Por eso uno de los dispositivos más importantes en nuestra vida es el teléfono (¿habéis advertido que no hemos realizado ninguna llamada a lo largo del día?). No podemos pasar un día sin él. ¿Quién no ha estado a punto de llegar tarde porque ha vuelto a casa cuando ha notado que ha olvidado el suyo?
Por eso no nos importa gastarnos un buen dinero en nuestro smartphone. Algunos pueden y quieren gastarse 400 o 600 euros en uno. Los demás pagarán, como mínimo, unos 200 euros. A esto hay que sumarle la tarifa mensual que nos cobre nuestra compañía. Vamos a decir que unos 12 euros al mes. ¿Y vamos a protestar por pagar 80 céntimos al año?.
Pues sí, señores, hay mucha gente a la que le parece un escándalo pagar menos de un euro por un servicio que usamos muchas veces al día, todos los días del año. Allá por marzo saltó el escándalo cuando surgió la noticia de que WhatsApp para Android dejaba de ser gratis. Nótese que digo “dejaba de ser gratis”. Muchos olvidaron que era una aplicación de pago que, como magnífica estrategia comercial, durante los primeros meses sería gratuita “para que la fueramos probando”. Muchos pusieron el grito en el cielo por tener que pagar mucho menos de lo que cuesta un café para seguir usando una de las principales aplicaciones de cualquier smartphone.
Los usuarios de iOS se frotaron las manos oyendo las quejas de los androides. Para ellos, como es habitual en la compañía de la manzana, esta aplicación fue de pago casi desde el principio, ¿por qué iban a ser ellos diferentes?. Pero, para su “desgracia”, desde la compañía advirtieron que también para iOS sería de pago. Es decir, pagarían por la app y además, como los androides, unos 90 céntimos de euro al año. Por supuesto, las quejas se oyeron en todo el mundo.
En el mundo Android, que me pilla más de cerca, muchos fueron los que, indignados, se negaban a pagar esa mísera cuota y corrieron a los brazos de otros como Line. Amigos y familiares me preguntaban cómo podían “piratear” la aplicación. Mi respuesta siempre era la misma: “¿en serio me dices que no vas a pagar 90 céntimos al año?”. Por supuesto, muchos de ellos acabaron volviendo a WhatsApp, y no porque las otras opciones sean peores (en algunos casos son incluso mejores), si no porque en WhatsApp están la mayoría de los contactos. Y que conste que mi círculo de amigos/familiares hace tiempo que dejaron de ser quinceañeros sin dinero.
Muchos dicen que el problema viene causado por el carácter “pirata” de los españoles, agravado porque los usuarios de Android estábamos acostumbrados a que las apps fueran gratis. ¡Tonterías! Somos muchos los que preferimos pagar un precio justo por un servicio de calidad. Prefiero poder pagar un buen servicio de vídeo por demanda que tener que descargarme Dios sabe qué película y en qué calidad. Prefiero pagar por poder descargarme un libro electrónico en buena calidad y de forma fácil que tener que ir buscando dónde encontrar ese libro pirateado. Repito, por un precio justo.
Yo, como todos, al principio buscaba sitios “alternativos” donde descargarme gratis las apps. Pero hace tiempo que pago con mucho gusto aplicaciones que uso habitualmente: gestores de contraseñas, cliente de Twitter, editor de archivos de Office… Son programas que me solucionan muchos problemas y, además, los desarrolladores se merecen un poco de respeto y “feedback” verdadero.
¿90 céntimos al año es mucho? ¿En serio?
Pues sí, la filosofía del “todo gratis”. Es incomprensible, pero cierto.
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