A día de hoy, cualquier aventurero que se precie tiene que haber subido al monte Everest, un lugar tan frecuentado que hasta se pueden hacer llamadas de teléfono. Es más, personas sin las capacidades físicas ni los conocimientos necesarios llegan a plantearse también este reto, lo que a veces acaba en una desgracia. Todas estas visitas suponen un problema: los montañistas llevan mucha equipación y algunos de sus enseres se van quedando a medio camino. El resultado es que este punto tan emblemático de nuestro planeta parece un vertedero, y el problema no para de agravarse.
La solución de las autoridades nepalís se trata de imponer una multa de 4.000 dólares a quienes bajen de la cumbre con menos cosas de las que suben. Como es algo difícil de calcular, se ha establecido que se ha de volver con 4,5 kilogramos de residuos, la media de lo que se suele dejar atrás. Eso sí, nadie va a controlar que se traten de los desperdicios originales, resulta perfectamente aceptable recoger los de otros montañistas, que no son precisamente escasos: se calcula que en la montaña se encuentran desperdigadas cincuenta toneladas de basura, que no se pretenden retirar, sino que sólo se adoptan medidas para que no aumenten.
Francamente, yo hubiera puesto en práctica medidas un poco más estrictas, con una cantidad a traer de vuelta algo superior, para ir limpiando la montaña. Pero el Gobierno de Nepal indica no desear esto, sólo que la situación no empeore. Sin duda, estamos ante una nueva prueba de que el ser humano llega a dañar hasta el último rincón del planeta, y que se hacen necesarias leyes que eviten que este asunto acabe en un desastre. Lo del monte Everest se trata de una anécdota (muy significativa), pero el problema global resulta cada vez más grave y urgente.
¿Qué opinas del tema? ¿Crees que el Everest se ha convertido en un parque temático de la aventura, o consideras que cualquiera debe poder enfrentarse a este reto?
Imagen | Ivan Borisov
