Hace unos días mi fiel Google Nexus 5 tuvo un problema de batería, en parte debido a mi retraso en llamar para pedir asistencia. Ya hemos hablado de que el servicio postventa de Google es muy bueno, y sin ningún problema accedieron a mandarme un terminal de sustitución. Pero… ¿cómo aguantar cinco largos días sin móvil mientras llegaba el nuevo? Nervioso, empecé a valorar si era mejor usar un smartphone antiguo que tenía por casa o hacer una pequeña inversión y adquirir un teléfono sencillo como segundo dispositivo. Pero pronto me di cuenta que mi actitud era propia de un adicto al que le acaban de retirar la sustancia de la que depende.
No tengo ningún compromiso profesional que me obligue a estar comunicado en todo momento y dispongo de distintos de medios para comunicarme con mi entorno. Así que decidí probar una experiencia que parece una locura a día de hoy: cinco días sin móvil, ni siquiera para hacer llamadas de voz. Por supuesto, en casa seguí usando el ordenador, tampoco se trataba de interrumpir mi vida. Sólo hice la pequeña trampa de meter mi tarjeta SIM en un móvil (que realmente no usaba) para poder tener WhatsApp en versión web en el PC, algo que ya te hemos explicado cómo hacer. Pero fuera de casa me encontraba offline, y fue un reto mucho menos traumático de lo que esperaba.
¿Qué problemas supone?
La verdad es que no se puede negar que estar “incomunicado” en la sociedad actual provoca ciertos trastornos. Debido a esto me perdí algunos planes de última hora con mis amigos, y determinadas tareas profesionales prioritarias se vieron retrasadas de una forma innecesaria. Todo el mundo espera que leas sus mensajes al momento, es difícil que se acostumbren a lo contrario. Pero lo cierto es que esas cosas que dejé de hacer, realmente, ocurrieron mientras ya tenía planes.
También me sentí un poco aislado de mi entorno social. Cuando llegaba a casa veía conversaciones de cientos de líneas en WhatsApp que ya no me apetecía leer, pero en las que hubiera participado si los mensajes me hubieran llegado uno por uno y en su momento. Por otro lado, he vivido esperas innecesarias y desencuentros, ya que cuando quedaba con una persona no tenía una forma de conocer si iba a llegar a la hora o había sufrido algún imprevisto.
Además, me fue muy incómodo no tener disponible la app que informa de los horarios de los buses urbanos, y en ocasiones una calculadora me hubiera venido bien. Por último, también me desconecté un poco de las noticias del mundillo tecnológico, en vez de leerlas al instante en cada hueco libre que tenía, debía hacer un repaso más amplio cuando llegaba a casa. Desde luego, era más eficiente mirarlas en los viajes en el trasporte público.
Las ventajas de no tener smartphone
Desde el punto de vista profesional, la verdad es que supone un alivio desconectar por completo al levantarse del ordenador. Tenía la tranquilidad de que, si surgía un problema, sería otro el que lo solucionara. Claro que no sé hasta que punto podría mantener esta situación en el tiempo, y para muchas personas sería impensable dejar desatendidas de esa manera sus tareas. Pero más importante que el hecho de que apareciera algún imprevisto era desconectar del flujo de información (también personal) que supone un smartphone y que nos mantiene siempre alerta. Al menos sabía que si iba a tomar una cerveza al acabar el día no me llegaría un correo que me pusiera de mal humor.
Por otro lado, la verdad es que me resultó muy agradable caminar por la calle mirando los edificios, los peatones, escuchando el sonido de la ciudad… Son cosas a las que no prestaba ninguna atención cuando iba con mi smartphone en la mano. No eché para nada de menos la posibilidad escuchar música mientras caminaba (algo que antes me encantaba), y tampoco la cámara de fotos. A veces puede resultar necesario capturar una imagen, pero me he dado cuenta que es poco frecuente, y que el 99% de las fotografías que tomamos no aportan nada.
Por último, la verdad es que el smartphone como medio para quedar con amigos y familiares se ha transformado en un sistema muy poco práctico. Muchas veces se queda a una hora y en un sitio, y los planes van modificándose varias veces hasta retrasarse mucho tiempo y cambiar el lugar por completo. Sin un smartphone, yo acordaba cómo encontrarme con alguien, y esa cita se transformaba en inamovible.
¿Se puede vivir sin móvil?
La verdad es que creo que no. Desde luego, no puedo calificar estos días como una mala experiencia, ni he sufrido inconvenientes graves. Pero el caso es que tuve que avisar a mi entorno de que iba a estar una semana sin smartphone, y todo el mundo se sorprendió, ofreciéndome alternativas al instante. Si has de advertir a todos de que no tienes móvil, es que no resulta normal estar sin él. Y, la verdad, no creo que esta situación se pudiera sostener en el tiempo.
Lo que durante unos días fue comprensión e incluso sorpresa se transformaría muy rápido en impaciencia y enfado. A día de hoy resulta necesario estar disponible en todo momento, ya sea para temas laborales o para personales. WhatsApp es una parte clave de nuestras comunicaciones, el correo debe revisarse cada poco tiempo y necesitamos muchas otras funciones (apps de productividad, redes sociales, un navegador web móvil…)
La conclusión que saco es que nos podemos prescindir del móvil con facilidad por un período limitado de tiempo, ya sea un fin de semana romántico, una escapada al extranjero o un festival de música. A no ser que tengamos alguna obligación concreta de disponibilidad, no va a pasar nada por dejar de lado el teléfono. Pero creo que olvidarse de la esclavitud del smartphone de forma permanente resulta imposible a día de hoy, ya hemos comprobado en clave de humor que muchos somos adictos. Estos aparatos han aportado tantas cosas a nuestras vidas que se ha vuelto imprescindibles, no sólo desde el punto de vista de cada uno, sino como imposición social.
¿Qué opinas tú de este tema? ¿Nos hemos vuelto adictos a los teléfonos inteligentes que no saben vivir sin ellos, o realmente los necesitamos en nuestro día a día para ser más eficientes?