Alguien me recomendó Halt and Catch Fire porque contaba “los principios de la informática en las grandes empresas tal y como la conocemos”. Es una afirmación a medias, aunque esa mitad no deja de ser cierta. La serie narra en realidad como Joe MacMillan intenta revolucionar la informática personal de la época en una compañía texana, intentando hacer frente a IBM, la reina indiscutible del momento.
Pero si me quedase ahí, sólo habría rascado la superficie de este mosaico digno de mención. Como tampoco quiero spoilear a nadie, no contaré nada más de la trama, pero si me centraré en lo que intenta profundizar esta primera temporada: personajes y equilibrios. Christopher Cantwell presenta y desarrolla unos personajes atractivos y con los que cualquiera de nosotros se puede identificar.
Halt and Catch Fire está llena de verborrea informática, de decisiones empresariales, de discusiones familiares y de largos planos contemplativos (que empiezan con el excelente piloto de Juan José Campanella), y nada de eso da sensación de sobrar, de estar impuesto por decisiones técnicas o de sobresalir porque dan sensación de exclusividad. Todo es un perfecto engranaje medido con precisión.
El cine y la televisión se están volcando en la informática; los temas electrónicos y demás se están convirtiendo en la nueva serie B de Hollywood, pero con calidad; ya sea ambientado en el presente (Mr. Robot, Silicon Valley, Blackhat), con vistas al pasado (Steve Jobs, La red social) o mirando a un hipotético futuro (Her), las tramas informáticas han venido para quedarse, y no es para menos teniendo en cuenta el mundo hiperconectado en que vivimos.
Como decía antes, hay tres claros protagonistas, Joe MacMillan (Lee Pace), Gordon Clark (Scott McNairy) y Cameron Howe (Mackenzie Davis), que se pueden esquematizar en dos simples lineas, y a partir de ahí se desarrollan, interconectan y se pisotean unos a otros. Las relaciones que les unen son una delicia, y cómo van avanzando hasta desembocar en ese precioso episodio final es de traca. Porque esa es otra, el episodio final y la lección que transmite (aunque la serie no tenga moraleja al uso).
No es un spoiler (pues es el título del capítulo) si os digo que estamos en los ochenta, más concretamente a finales de 1984. Todo aficionado a estos cacharros sabe qué pasó en 1984: Apple llegó con su Macintosh (después de ciertos abordajes en Xerox PARC) y su revolucionaria interfaz gráfica de usuario, y su ratón; y todo el mundo perdió la cabeza. De repente, un ordenador personal podía tener “alma”, ser algo más que líneas de código y comandos.
La fotografía de Nelson Cragg es sublime, resaltando los tonos de las habitaciones y superponiéndolos, metafóricamente, a los personajes o los presentes en la sala. Así, ya sea en la primera o la segunda temporada, podemos deleitarnos con una factura visual impecable, aunque cada vez nos vayamos acostumbrando más a verlo en televisión.
Este verano se ha estrenado la segunda temporada de la serie, donde, tras los acontecimientos de la primera tanda de episodios, vemos a los diferentes protagonistas (ahora son cuatro) avanzar a paso de tortuga por el mundo online de mediados de los ochenta, con sus incipientes chats (qué lejano y cómico nos parece ahora que WhatsApp es la nueva plaza del pueblo para hablar) y sus juegos en línea.
Ampliando el concepto, e introduciendo nuevos términos y situaciones, Cantwell mantiene nuestra atención, y es que todo el mundo ha dado un paso adelante, empezando por Lee Pace (qué dos años interpretativos lleva este hombre) y acabando en un Scott McNairy que deja atrás la estética de trabajador informático nerd y tiene que hacer frente al mundo real.
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Para terminar, Halt and Catch Fire es una delicia de principio a fin; su ritmo lento y centrado en los personajes puede asustar, pero una vez le echas el ojo no quieres salir de este juego de software, hardware y relaciones humanas.
