Directores: Takeshi Kitano (IV): A Scene At The Sea

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En esta entrega hablaremos sobre la primera película que Takeshi Kitano firma como director en la que no aparece su alter ego Beat Takeshi. Una cuento sobre amores posibles y sueños cumplidos que usa el surf como envoltura.

Después de mostrarnos el lado más duro de la sociedad y presentarnos personajes desquiciados y psicopáticos, por sorpresa y sin avisar, Takeshi Kitano cambia completamente de registro y olvida la violencia y la Yakuza para embarcarse en un relato interiorista.

Fotograma de A Scene At The Sea

Shigueru es un joven sordomudo que trabaja para el servicio de recogida de basuras local. Un día, durante el recorrido habitual, encuentra tirada una tabla de surf rota, la cual recogerá y, tras intentar repararla, probará entre las olas. Es el principio de una obsesión por este deporte que cambiará su vida y la de su novia, también sordomuda, de manera que no podía imaginar.

Estoy de acuerdo en que seguramente no sea la sinopsis más alentadora del cine contemporáneo pero, como habeis visto (porque… la habéis visto, ¿verdad?) en la película, la historia consiste en mucho más que eso y, al fin y al cabo, solo en eso.

Fotograma de A Scene At The Sea

Después de ver sus dos anteriores películas podemos llegar a la conclusión, no muy equivocada, de que Kitano siente fascinación por los personajes con dificultades sociales. Esta fascinación es llevada aquí a un nuevo nivel, como si el director pensase: “Si me gustan los personajes inadaptados, ¿por qué no ir mas allá y darle una dimensión real a esta inadaptación?”. Nos encontramos ante una cinta callada, que no muda, en la que los diálogos de sus obras anteriores, abundantes aunque pausados, desaparecen en favor de unas actuaciones bien dirigidas. Contemplaremos (y esa es la palabra más ajustada) los intentos de Shigueru de mejorar en el surf, una y otra vez, sacando de esta repetición la conexión que nos unirá inexorablemente a su causa, la misma conexión que hará que la aparente intrascendencia de la historia se convierta en un apremiante interés por sus personajes.

Las largas y tranquilas tomas a las que nos tiene acostumbrados el director pierden aquí el antiguo significado de “calma antes de la tormenta” para convertirse en remansos de tranquilidad que nos permiten interiorizar mejor lo que sucede en la pantalla, pensar sobre lo que nos están contando. Mientras que algunas escenas de Boiling Point podían parecer alargadas sin necesidad, sobrantes o incluso cansinas, en esta ocasión Kitano muestra una maestría obsesiva con el corte, finalizando las escenas en el momento justo en el que dejan de significar algo. Pasa algo parecido con los siempre presentes toques de humor: mientras en su anterior película podían resultar demasiado bruscos o incluso tontos, en esta se agradece cuando aparecen y no se muestran fuera de lugar, consiguiendo hacernos sonreir (e incluso reir en algún caso).

Fotograma de A Scene At The Sea

La evolución de los personajes es clara: desde los solitarios inicios de la encantadora pareja protagonista hasta su integración en el grupo de los surfistas, pasando por las riñas entre ellos y llegando al momento de más alegría de la película, cuando Shigeru consigue un trofeo en una competición de surf, que marca por si mismo una especie de final para una parte muy importante de la trama.

Es muy importante la relación entre la pareja protagonista, un retrato de amor, comprensión y apoyo que, basándonos en sus dos anteriores producciones, no podíamos esperar de este director. Conviene decir sobre esta relación que aunque para los cánones europeos sea un poco extraña, no lo es para los cánones de la sociedad japonesa, y mucho menos de hace más de veinte años.

Fotograma de A Scene At The Sea

Sobre su final podemos decir que sorprende por sí solo pero, lamentablemente, no llega a hacerlo si contextualizamos la película en el cine de su autor. De todos modos, a pesar de que la conclusión puede en este caso llegar a ser esperable, los últimos minutos de la película vuelven a presentarnos un vuelco en la manera de contar historias del director, haciendo que la muerte, antes abrupta y finita, trascienda, se prolongue en el tiempo y deje una huella imborrable.

Antes de terminar quería hacer mención especial de la estupenda banda sonora que nos acompaña a lo largo de sus 101 minutos de duración, obra del señor Joe Hisaishi, autor de obras maestras como las bandas sonoras de las películas de Hayao Miyazaki (La Princesa Mononoke o El Viaje de Chihiro entre otras). Dicha banda sonora nos acompaña toda la película llenando el silencio de la pareja, apoyando el drama o la felicidad y convirtiendose así en una de las cosas que no he podido olvidar de esta película desde la primera vez que la vi.

Fotograma de A Scene At The Sea

A Scene At The Sea nos presenta una historia cotidiana pero no por ello menos interesante. Una historia donde el héroe podrías ser tú, podría ser yo; de gente que simplemente vive, y es de esta cotidaneidad, de esta extraña normalidad de donde saca fuerzas para engancharnos, interesarnos, sorprendernos y, finalmente, hacernos llorar. ¿Tú no has llorado? ¡Cuéntamelo en los comentarios! (Que me hacéis sentir solo…)

La semana que viene:

Sonatine (1993)

Poster de Sonatine

Archivado en Cine Japonés, Directores, Takeshi Kitano
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