En la época de la Sega Mega Drive y la Super Nintendo un juego podía costar 20.000 pesetas (120 euros) si era puntero. Aburrirse de él, a día de hoy, nos parecería muy fácil, pues muchos eran tan cortos que se basaban en repetirlos una y otra vez hasta acabarlos de un tirón. No había demasiadas ofertas de precios, y la opción para disfrutar de más ocio electrónico pasaba por intercambiar cartuchos con nuestro círculo cercano. En esa momento, un juego era algo valioso, un objeto importante, del mismo modo que lo eran un CD de música o una película en formato VHS.
A día de hoy, todo ha cambiado. Los juegos bajan en pocos meses de precio (y a veces hay ofertas casi recién lanzados), en cuanto dejan de ser novedades, y se pueden comprar por menos de la mitad de su precio normal de segunda mano. Tiendas digitales como Steam ofrecen precios de lo más competitivos todo el año, y verdaderas gangas en período de rebajas. Quien recurre a la piratería puede tener todos los títulos que desee, pues el coste de cada copia extra resulta marginal. Podemos decir que los videojuegos son mucho más asequibles, pero también afirmar que los consumidores ya no los consideran un bien de gran valor.
Desde el punto de vista económico, sólo podemos ver como positivo que los aficionados consigamos mas productos por menos dinero, siempre que eso no impida el desarrollo de nuevos proyectos, caso que no parece que se esté dando. Pero también tiene unas implicaciones en la mentalidad de los jugadores. ¿Quién no tiene una pila de juegos por jugar? ¿Quién no se ha comprado títulos que no tiene claro si tendrá tiempo o ganas de pasarse? ¿Nunca has dejado uno por la mitad sólo porque algún aspecto no te convencía del todo, a pesar de que el conjunto era más que interesante?
Creo que esta saturación de juegos hace que no apreciemos bien lo que tenemos, que no exprimamos cada título suficientemente y que no vivamos su aventura con suficiente emoción. Son productos tan normales que han perdido la magia, a veces jugamos como quien pone la tele y empieza a mirar el primer programa que echan. Mi solución al respecto es muy clara: tras sufrir en varias ocasiones este efecto, ahora sólo compro juegos de uno en uno, saco todo el partido al que tengo y luego paso al siguiente, siempre seleccionando de lo mejor del mercado, puesto que no son muchos para los que tengo tiempo.
Desde entonces disfruto más del entretenimiento interactivo, no colecciono cajas con discos (vendo un juego al acabarlo) y vuelvo a sentir la magia de los títulos especiales que cada cierto tiempo salen a la venta.
¿Qué te parece mi idea? ¿Crees que cada vez damos menor importancia a los videojuegos, o tú los sigues viviendo como el primer día?