No hay nada más sano y apetecible que comenzar el día con una buena pieza de fruta, ni nada más desagradable que comprobar como nuestra última manzana se ha pasado. Los alimentos podridos saben muy mal, y no es sólo porque los humanos hayamos evolucionado para evitar comida en mal estado, sino que hay ciertos “interesados” en que no ingeramos nada que esté en esas condiciones. La mayoría de los animales rehuyen vegetales o carne afectada, y el motivo es que contienen unas sustancias que identifican su situación, y que saben particularmente mal.
Estos compuestos son segregadas por los microbios que se están alimentando del producto, y que pretenden de esta forma que ningún otro ser vivo de gran tamaño les “robe” su presa. Daniel Janzen postuló esta teoría en 1977, pero ha sido difícil de probar, porque surgía el problema de que los micro organismos que expulsan tales sustancias se encontrarían en desventaja frente a los que sólo se dedicaban a consumir la pieza. David Wilkinson ha reforzado esta idea con un nuevo estudio que apunta a que no existe esa competencia tan feroz por la comida, y que los microbios no son capaces de llegar a todas partes.
Al parecer, no todos los micro organismos alcanzan los alimentos con facilidad, lo que hace que aquellos que han obtenido al ventaja evolutiva de “estropear” la comida puedan disfrutar del festín con tranquilidad. Así que, la próxima vez que se te pudra el pescado, piensa que hay seres que están disfrutando de él, y que hacen todo lo que pueden para que no te acerques a su fuentes de nutrientes. La verdad es que, sabiendo eso, miraré con detalle cualquier producto antes de arriesgarme a meter dentro de mi cuerpo a un “invasor” con muy malas intenciones.
¿Qué opinas del tema? ¿Te sorprende lo que puede hacer un microbio para salir adelante, o más bien te parece una molestia muy desagradable?
Imagen | Alex Murphy