Hace poco tiempo hemos visto que se están realizando avances contra esta enfermedad, pero lo cierto es que la cura aún parece lejana. Lo que veo claro es que, en los países occidentales al menos, se está transformando en un problema crónico que no mata… a corto plazo. Sin embargo, parece que la propia naturaleza tiene algo que ver en esto. Y es que, cuando un virus o bacteria provoca muy rápido la muerte del infectado, limita su capacidad para ser contagiado, lo que conduce a la desaparición de la enfermedad. A no ser que la evolución entre en juego, como parece que ocurre en este caso.
De acuerdo con un estudio de la Universidad de Oxford, que conocemos gracias a IFLScience, esto puede estar pasando ahora mismo. Han trabajado con pacientes de Botswana y también de Sudáfrica, donde la epidemia llegó diez años más tarde. Al parecer, en el primer país el virus ha cambiado en algunos casos: tarda más en replicarse, lo que supone que la enfermedad se desarrolla con lentitud y, por lo tanto, los síntomas se retrasan. Una dolencia menos virulenta es una ventaja, pero sólo en ciertos sentidos.
Los científicos creen que lo que ocurre es que las personas que enferman pronto puedan recibir antes medicamentos antirretrovirales, que provocan que la enfermedad tenga muy difícil transmitirse. Por lo tanto, aquellos con un virus menos agresivo son más propensos a contagiar el VIH, así que esa cepa es la que más éxito evolutivo está teniendo. Eso no quiere decir, desde luego, que la dolencia se vaya a volver inofensiva, ni mucho menos. Por lo de ahora, sólo una persona se ha curado desde que comenzó la pandemia, así que debemos tomar todas las medidas preventivas posibles, y ayudar a que lleguen también a los países africanos, los que más problemas tienen con la enfermedad.
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