Termino esta lista con otras cinco películas de culto, no tan conocidas o míticas, que son clarísimamente superiores al libro que adaptan. Recordad que las primeras cinco películas las podréis ver aquí.
Lolita
La brillante, original, delicada y polémica obra del autor ruso Vladimir Nabokov se publicó en 1955, generando, como ya digo, una polémica tanto crítica como entre los lectores: la historia de Humbert Humbert un hombre maduro que se enamora/tiene una obsesión malsana con una niña de 12 años, que además es su hijastra, sacudió la sociedad de la época, siendo clasificada en ocasiones como “pornográfica” y teniendo no pocos problemas en EEUU por parte de la censura y de los poderes religiosos.
En 1962, el maestro Stanley Kubrick convenció al propio Nabokov para que revisase su libro y la adaptase a la gran pantalla, en una monumental película en blanco y negro, de dos horas y media de duración, maravillosamente humana, que muestra de manera aterradora las obsesiones de la mente, los gustos, la líbido y los deseos más oscuros y prohibidos que hasta la persona más respetable puede tener, si bien el componente romántico (no he leído a nadie describir con tanto amor y tanta pasión a alguien como Humbert describe a Dolores, Lo, Lola, Lolita) fue eliminado, o cuanto menos se le restó importancia.
Trainspotting
La ópera prima de Irvine Welsh es un sucio, desgarrador, sincero y duro retrato de su Edimburgo natal, de la parte que toda ciudad se esfuerza en esconder con tal de atraer a los turistas. En este caso, de las calles llenas de heroína, de SIDA y desempleo, consigue Welsh conmovernos y asquearnos a partes igual, pero es, quizá un relato demasiado áspero para ciertos lectores.
La adaptación de John Hodge, con Danny Boyle a los mandos, simplificó las cosas, y fue el trampolín para la nueva generación de actores ingleses de los 90. Sus imágenes, igualmente duras y singulares, lanzaban un mensaje que en el libro tardaba en aparecer, ganándose el favor de la crítica contracultural del momento. Mítico es su arranque, y ese final tan inesperado como humano.
Up in the Air
Walter Kirn publicó en 2001 esta historia sobre Ryan Bringham, que se dedica a viajar por Estados Unidos contratado por una empresa, para despedir a gente en otras empresas. Un trabajo mal visto, peor valorado y que permite a Ryan no tener que pisar su piso, sino ir de ciudad en ciudad, de hotel en hotel, sin tener que preocuparse por bienes materiales o las responsabilidades del día a día.
La novela de Kirn es muy buena, aunque a mitad de camino se pierda un poco y su final sea demasiado atropellado, pero la adaptación dirigida por Jason Reitman es una auténtica gozada. Con George Clooney dando un recital de actuar y pasarlo bien a la vez, con Anna Kendrick siendo la novia que todos querríamos tener, y con un trasfondo (el de esta “crisis” económica) tan delicioso como irónico, el sello indie no podía faltar, y le viene como anillo al dedo a esta historia de soledad, desesperanza, familia y consumismo.
Drive
La novela de James Sallis es buena, breve pero intensa, un agradable pasatiempo con más de una frase memorable, pero si hay un ejemplo de cómo tomar el material base y mejorarlo ostensiblemente, es lo que Hossein Amini y Nicolas Winding Refn hicieron con Drive. Siguiendo el argumento base, Driver (nunca sabemos su nombre real) trabaja en un taller y en platós de cine como especialista de día, y de noche hace de chófer para delincuentes, en especial atracadores, Amini amplía con maestría la mitología del relato de Sallis.
Pero si el guión es bueno, lo que Winding Refn hace en la dirección es de quitarse el sombrero. Las persecuciones, que son contadas y breves, están ejecutadas con talento, brío y suspense; la nota existencialista brilla con luz propia, Ryan Gosling (esa chaqueta…) es el prototipo de hombre que todos querríamos ser, esas miradas, esos silencios…
Con unos títulos de créditos geniales, la atmósfera, la fotografía de Newton Thomas Sigel, y la puesta en escena de Winding Refn, Drive consigue sobresalir como una adaptación superior, a años luz del relato que sirve como base, y que debió haberse llevado más de lo que se llevó en la temporada de premios. Ah, y su banda sonora es espectacular.
Los hombres que no amaban a las mujeres
La obra póstuma de Stieg Larsson fue el pelotazo de la novela negra de lo que llevamos de siglo. Puso el nombre del fallecido autor en el mapa literario, puso de moda el llamado noir nórdico, recuperó las novelas negras alargadas, y creó toda una legión de fans fieles e irredentos. Este año se ha publicado, a través de la reconstrucción de capítulos y de notas que el autor dejó antes de fallecer y con la ayuda de otro escritor (como ocurrió con Micro, la novela póstuma de Michael Crichton) la cuarta parte de una saga para la que hay planteadas tres números más.
Si bien la adaptación sueca de 2009 es muy estimable, la versión del gran David Fincher me parece aún mejor. Simplifica la trama de Harriet, aligera todo el peso (o morralla) que hay en el homónimo literario (y creedme, hay mucha), y, junto a la excelente puesta en escena de Fincher, la banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross y unas sólidas actuaciones por parte de Daniel Craig y Rooney Mara, crean una película noir con una atmósfera característica, opresiva; un disfrute y un ejemplo de lo que da de sí el género.