Hace tiempo ya te avisamos de que las patatas pueden ser tóxicas debido a una sustancia llamada solanina, que utilizan para defenderse de los insectos. Se concentra en las partes verdes del tubérculo (por eso es mejor quitarlas) y aumenta su concentración con el tiempo, sobre todo si no guardamos las patatas en un lugar oscuro a temperatura ambiente. ¿Lo de las patatas tóxicas te suena a leyenda urbana? Pues fueron el obstáculo que encontraron los agricultores en la década de los sesenta para conseguir la variedad perfecta, que tenía el glamuroso nombre de patata Lenape.
Conocemos la historia gracias a io9: una patata normal cuenta con entre 8 y 12 miligramos de solanina, y no suele ser peligrosa. Pero las patatas Lenape contenían hasta tres veces más. Claro que no era esa su principal característica, sino que destacaban porque eran de lo más crujientes, se doraban muy bien cuando se freían y quedaban deliciosas. Pero, cuando salieron a la venta en 1968 la gente empezó a ponerse mala, e incluso hubo personas que sufrieron convulsiones. Los efectos más habituales del exceso de solanina son los calambres, el mareo y la diarrea, pero puede llegar a provocar delirios e incluso causar la muerte si las dosis se vuelven muy elevadas.
Pronto se descubrió que la patata Lenape era la culpable, y el sueño de la patata frita perfecta se desmoronó. Esta variedad se retiró del mercado, al igual que otra bastante parecida que se cultivaba en Suecia. A día de hoy, las patatas fritas han evolucionado mucho, aunque no todo lo que se vende es realmente “patata” natural. Este tubérculo tiene propiedades beneficiosas pero, si queremos disfrutar de ellas, lo mejor es comerlo cocido, y no encharcado en aceite. Y, por supuesto, debemos tener el cuidado de quitar las partes verdes que pueda tener.
¿Qué te ha parecido esta anécdota? ¿Una simple curiosidad, o una muestra de cómo la industria alimentaria juega con nuestra salud?
Imagen | jeffreyw
