Después del descanso que supuso a scene at the sea dentro de la particular obsesión de Takeshi Kitano con la mafia japonesa, nos encontramos de nuevo a la Yakuza dándole un sentido y una razón a una película del cineasta. No es el único reencuentro ya que, por primera vez desde Violent Cop, el director vuelve a representar el papel de protagonista.
El argumento nos cuenta como Murakawa, un yakuza de Tokio que empieza a cansarse de su estilo de vida , es enviado por su jefe a cumplir lo que, le prometen, es una importante misión en Okinawa: la de pacificar la guerra entre dos clanes aliados. El tal Murakawa se nos presenta como un hombre de fines, que no duda en ningún momento de usar los medios necesarios para alcanzar éstos. Lejos del personaje psicopático que protagonizó su primera película y del loco perturbado al que dio vida en Boiling Point, se trata de un personaje con el que es más facil conectar, identificarse. Un antihéroe, sí, pero un antihéroe con excusa para el que la violencia es, simplemente, una faceta más de la vida que le ha tocado vivir y la acepta con completa naturalidad.
El principio de la película destaca dentro de la filmografía que conocemos de Kitano al no estar en ningún momento diluido, mostrándonos lo que quiere mostrarnos y haciendo que entendamos al personaje y la vida que lleva en Tokio con un ritmo mucho más veloz del que nos tiene acostumbrados, lo que choca de manera frontal con la manera de hacer cine que le reconocemos. Esto, lejos de ser algo malo, ayuda al espectador a entender, una vez en Okinawa, el sopor y la sensación de inactividad que invade a los protagonistas.
Es en Okinawa donde la película pasa a ser cien por cien propia del cienasta, donde nos reecontramos con su ritmo pausado, sus situaciones cómicas, sus personajes socialmente discapacitados… Y es en esta región donde transcurre el resto de la película.
Al llegar a Okinawa los hombres de Murakawa descubren que la guerra entre clanes por la que habían sido enviados allí no es tal guerra, más bien una simple escaramuza típica entre los dos grupos, algo de lo que pueden ocuparse solos. De este modo se confirman las sospechas de Murakawa de que alejarlos de Tokio responde más a intereses personales de su jefe que a la necesidad de mediadores en un conflicto. Es en este momento en el que yo creo que los personajes de esta película mueren.
La conciencia que adquieren a partir de ese momento de que su misión no es más que un método de deshacerse de ellos se ve reforzada cuando una bomba explota en su base de operaciones y tienen un encontronazo en un bar con los miembros del otro clan. En este tiroteo, y en los demás de la película, llama la atención la manera que tiene el director de plantearlos ya que los muestra como escaramuzas brebes y estáticas donde sólo tienen derecho a moverse las armas y los heridos y en las que el destino de la pelea está prefijado. Los personajes simplemente disparan, siempre hacia el espectador, sin intentar ocultarse y si son alcanzados es por la única causa de que así tenía que ser.
Todos estos riesgos los llevan a huir a una casa ruinosa y apartada en la costa de la isla. Si consideramos que los personajes mueren en el momento en el que adquieren la certeza de que morirán, podemos definir toda la parte de la película que transcurre en la playa cercana a esta casa como la estancia en un purgatorio. Pero es un purgatorio atípico, donde no pagar por tus pecados o pensar en ellos, un purgatorio donde olvidar y recordar. Olvidar lo que han sido y recordar lo que no fueron, eso es lo que creo que hacen estos personajes, almas torturadas por un pasado violento, a lo largo de gran parte de lo que resta de la película.
Es por esto por lo que vemos a “malvados gangsters” jugando como niños, pasando el tiempo, bailando, gastándose bromas… Y es ahí donde creo que reside la magia de esta película: en recordarnos, de algún modo, que todos tenemos derecho a ser felices, de la manera que sea. Entiendo que toda esta parte de la playa no tiene por que ser del agrado de todo tipo de espectador, ver una y otra vez a los personajes hacer tonterías varias, muchas veces sin ningún tipo de cohesión, es tal vez también lo que me llevó a aburrirme en Boiling Point, pero en este caso estas escenas tienen algo que contar, algo sin lo que esta película no existiría.
Ver a los protagonistas divertirse, ver a Murakawa gastando bromas, incluso llegando a amar a alguien, nos permite un grado de empatía que hace que sintamos el desenlace, el cual ya sabemos de antemano. De todos modos, y a pesar de conocer como digo dicho desenlace, el final de la película es trepidante, interesante, efectivo y justo.
Siempre me gusta destacar algo en cada una de las películas que veo y en este caso destacaría sin duda el papel de un actor que, si habéis estado siguiendo el ciclo, ya empieza a sonarnos: Susumu Terajima, que ha conseguido, sin ser un pilar importante en ninguna de sus apariciones en las anteriores películas, destacar y clavar su papel (tal vez, eso sí, un poco encasillado). Cada escena en la que aparece capta mi atención y hace que me interese por lo que va a suceder a su personaje y si eso no es hacerlo bien no sé lo que significa.
En definitiva Sonatine me ha parecido una gran obra de Takeshi Kitano en la que destaca su continua progresión como director. Si la consideramos como película, apartándola de todo lo que sabemos sobre su director, es una cinta bien hecha, con algo que contar más allá de lo que parece que cuenta pero no es, definitivamente, para todo tipo de público. ¿Qué os ha parecido a vosotros? Contádmelo en los comentarios y os prometo que contestaré y todo.