Las vacunas son unos compuestos en los que se incluyen los microorganismos (o fragmentos de ellos) que provocan enfermedades. Pueden estar inactivados o tratarse de formas vivas debilitadas. El resultado es que, en contacto con estos antígenos, el sistema inmunitario humano reacciona. Una vez el organismo se enfrenta a estas sustancias, desarrolla una cierta “memoria” respecto a ellas. El resultado es que una vacuna impide que nos contagiemos de una determinada enfermedad.
A día de hoy, se considera que las vacunas representan el principal factor que ha contribuido a la reducción del número de enfermedades infecciosas y al aumento de la calidad de vida general del ser humano. Aunque algunas prácticas de inoculación se remontan al año 200 antes de Cristo en China, la primera vacuna fue desarrollada en 1796 por Edward Jenner. Evitaba la viruela humana, y protegía a los pacientes infectándolos con la viruela de las vacas, que no era igual de grave.
A pesar de que resulta innegable el éxito de este sistema, a día de hoy muchas personas piensan que las vacunas pueden ser nocivas para los niños, e incluso llegan a no ponérselas. Las consecuencias de esto son importantes, así que vamos a analizar de dónde viene la idea de la peligrosidad de las vacunas, lo que dice la ciencia del tema y las ventajas que sí está claro que aportan.
¿Cuál es el origen de las dudas?
Lo cierto es que el movimiento antivacunación es anterior a las propias vacunas, y a finales del siglo XVIII ya se usaban argumentos religiosos contra sus fundamentos. Desde entonces las polémicas no han cesado, e incluso se llegó a hacer obligatoria la vacunación en determinados momentos para frenar epidemias, lo que causó protestas serias. A día de hoy, la ley no obliga a vacunarse, por lo que las críticas sobre el asunto pueden provocar que algunos padres decidan no proteger a sus hijos.
El principal argumento de los antivacunas modernos es un estudio de Andrew Wakefield en el que relacionaba estos compuestos con problemas del lenguaje, autismo e hiperactividad. El componente responsable sería el timerosal, un derivado del mercurio que se usa como antiséptico desde hace 70 años. El estudio levantó una enorme polémica, y se considera invalidado porque su autor podría haber falsificado datos y no informó de los conflictos de intereses que le afectaban.
Desde entonces, en muchas vacunas se ha dejado de usar timerosal, a pesar de que no se ha confirmado que resulte dañino. Se hace como medida de precaución y, en cierto grado, para evitar que las personas preocupadas por el tema abandonen las vacunas.
¿Qué dice la ciencia?
Tal y como hemos mencionado antes, el timerosal no parece estar relacionado con el autismo. Hace tiempo hablamos de que un metaestudio con un millón de participantes lo confirmaba. En cualquier caso, está claro que las vacunas tienen ciertos peligros. Pueden provocar reacciones adversas, pero resultan muy raras y, normalmente, no se vuelven graves. De hecho, un estudio calculó que era más probable que un niño muera en un accidente en su viaje al médico que por la vacuna en sí.
En este caso, estamos ante un problema de sesgo psicológico e insolidaridad. Todo el mundo sabe que los medicamentos tiene efectos secundarios, pero nos parece inaceptable sufrirlos cuando estamos sanos. Pero, sin vacunas, millones de niños morirían innecesariamente cada año. Cuando un padre decide no vacunar a su hijo para no correr riesgos, pone en peligro a los niños que no se pueden vacunar por algún problema real. Y si muchos toman la misma decisión en una zona, comienzan las epidemias.
Hay quien cree que las vacunas no son efectivas, y que han sido la higiene y la mejora de las condiciones de vida las que han arrinconado las enfermedades. La ciencia no está de acuerdo, y cree que los avances en higiene y alimentación son claves en determinadas dolencias, pero no puede detener la propagación de otras. También se han expresado preocupaciones respecto a que las vacunas lleguen a provocar un esfuerzo excesivo en el sistema inmunitario, pero los hechos no lo han confirmado por el momento.
Lo que las vacunas han conseguido
La viruela fue la primera enfermedad erradicada por el ser humano, y las vacunas representaron una ayuda clave. Hubo momentos en los que uno de cada siete niños morían por su causa, así que se trata de un avance extraordinario. La poliomielitis también ha desaparecido casi del todo, y las meningitis bacterianas han descendido un 99% desde que se introdujeron vacunas contra el Haemophilus influenzae. Se calcula que las vacunas que se ponen cada año en Estados Unidos salvan 30.000 vidas y evitan 14 millones de infecciones.
Y aquí aparece otro factor importante: el coste sanitario se ve enormemente reducido debido a las vacunas. Sin ellas, habría que tratar a millones de pacientes extra cada año. En un momento en el que los recortes en sanidad no cesan, está claro que prescindir de las vacunas provocaría que muchas personas fueran atendidas de manera deficiente ante la falta de recursos.
De hecho, los científicos no han detenido su trabajo, y hemos visto que se investiga para crear una vacuna más eficaz contra la malaria y también un compuesto que proteja contra el VIH. A pesar de las dudas de la opinión pública, la ciencia apoya de forma casi unánime el uso de las vacunas actuales, y se esfuerza en crear otras nuevas.
Conclusión
A la vista de la evidencia actual, no existen motivos para evitar las vacunas. Sí, suponen riesgos, pero son mucho más bajos que los de otros medicamentos que se emplean de forma habitual. Sin embargo, los problemas para la población serían muy graves sin vacunas. Aquellos que no quieren que su hijo corra un peligro mínimo por proteger la salud pública merecen ser tachados de egoístas e insolidarios.
Realmente, las vacunas deberían volverse obligatorias, como lo fueron en determinados momentos históricos. Sin embargo, es dudoso que la ley pueda ser la solución para acabar con los movimientos antivacunas. Si fueran obligatorias, aumentaría la paranoia, se llegaría ver a los que se oponen como defensores de los derechos civiles y, en último término, muchos padres seguirían sin proteger a sus hijos.
Así que el único sistema válido para evitar enfermedades innecesarias es la educación, la expansión del pensamiento científico y las campañas específicas. La industria farmacéutica se ha ganado a pulso su mala fama al poner por delante sus beneficios frente a la salud humana pero, en este caso, no hay conspiración ni fraude: las vacunas salvan vidas.
¿Qué opinas tú de este tema? ¿Crees que los padres deben tener libertad para vacunar o no a sus hijos, o consideras que el Estado ha de garantizar la salud de los menores de edad?