Bien, ya hemos llegado al final, otro libro que reposará en la estantería de casa hasta nuevo aviso. Hasta que algún conocido invitado a cenar, lo saque curioso de entre los muertos, y me lo pida, inocente, ansioso por leerlo en su sofá preferido. Será la última vez que lo vea. Adiós, amigo. Te engendró Georges Bataille, pero siempre serás un fantasma que se cuela en nuestros sueños. En mis pesadillas.
Ojiplático. Así te quedas. Podría decir “flipau”, pero es menos fino y culto y hoy hablo de literatura. Si lo que tienes entre ceja y ceja es una lectura complaciente, sensual y excitante, te recomiendo que dirijas tus ojos hacia otra portada. El erotismo que nos propone el señor Bataille es obsceno y transgresor. Morboso y lascivo. Escatológico. No encontrarás descripciones atractivas que puedas visualizar dejando caer tus párpados, esto no es 9 semanas y media, es El último tango en París a lo bestia. Sin mantequilla.
Un imperio de los sentidos, un instinto muy básico, un irresistible fuego en el cuerpo. Historia del ojo es una novela fantástica, surrealista, gótica, de excesos, viscosa, brutal, y que sin embargo, tiene alma; para disfrutar del sexo. Aunque al cerrar el libro empiezan las sospechas, la llave que abre la cerradura del cofre del tesoro es negra como la muerte. ¿Te gusta espiar por las cerraduras, Carlos?
Corté la cuerda, pero ella estaba muerta. La instalamos sobre la alfombra, Simona vio que tenía una erección y empezó a masturbarme. Me extendí también sobre la alfombra, pero era imposible no hacerlo. Simona era aún virgen y le hice el amor por vez primera, cerca del cadáver. Nos hizo mucho mal, pero estábamos contentos, justo porque nos hacía daño.
Es obvio y patente que la tiranía de la época y la sociedad para la que fue escrita esta historia, son determinantes para entenderla a fondo, el autor sabía qué teclas pulsar para inocular el virus de la culpabilidad en las mentes más castas. Pecado mortal, dictadura moral. La desinhibición sexual es algo prohibido, el placer es un vestido que se pondrán tus hijos, y no es de gente respetable y humilde, tener un armario ostentoso. Eso es lo que observa silencioso, el ojo de este poeta que escribe prosa. Y por eso Simona se lo introduce en el ano.
Las gentes honestas tienen los ojos castrados. Por eso temen la obscenidad.
Habíamos dejado a nuestra chica enferma en casa. Pasan seis semanas hasta que la parejita puede volver al sanatorio en bicicleta, al “castillo encantado”. Cargan una soga con nudos, que después atarán a una piedra, y que ayudará al narrador a subir hasta la única ventana iluminada. Su luz, Marcela, se viste con el suéter a cuadraditos negros, blancos y rojos:
Podremos casarnos, ¿no es cierto? aquí se está muy mal, se sufre…
En realidad, a quien teme la rubia es al Cardenal, no a los médicos y enfermeras que la custodian y atienden, y que nunca vemos. ¿Qué? ¿Quién es ese? ¿El Cardenal? Le pide al narrador que la proteja del cura de la guillotina. Ese que llevaba un gorro frigio, (rojo, como el de Papá Pitufo) y que iba manchado de sangre el día D, el repugnante y piadoso individuo que abrió el armario. Vuelven a casa. Serán felices…
Reconoció el gran armario normando y le castañetearon los dientes: de inmediato comprendió al mirarme que el hombre a quien llamaba el Cardenal era yo, y como se puso a dar alaridos, no hubo otra manera de acallarlos que salir del cuarto. Cuando Simona y yo regresamos, se había ahorcado en el armario…
Para evitar las molestias de una investigación policíaca, tras orinar sobre el cadáver, como no podía ser menos en este retrato en sepia, se van a España. Ahora sí empieza el baile, y las castañuelas dan otro color a la historia. El autor espera escondido en un bosque, pasivo, a que su chica se encuentre con un inglés en San Sebastián. Sir Edmond, al que podríamos llamar “el hombre que mira”, se reúne con ellos en Madrid. Simona parece ahora más aburrida pero sus orgasmos son más violentos. Gracias, sobre todo, a su nuevo amigo. Un día les regala una puta madrileña, desplomada y desplumada en una pocilga, y al otro, les lleva a los toros. Aquí ya me entran ganas de vomitar, lo confieso, hay frases que demuestran la crueldad y el morbo salvaje de Simona.
Tres momentos le cautivaban en las corridas: primero, cuando el animal sale del toril como bólido, semejante a una enorme rata; segundo, cuando sus cuernos se hunden hasta el cráneo en el lomo de una yegua; tercero, cuando la absurda yegua desventrada galopa a través del ruedo coceando a contratiempo, para desparramar entre las patas un paquete de entrañas de inmundos colores pálidos blanco, rosa y gris nacarado. Muy especialmente se conmovía cuando la vejiga reventada soltaba de golpe, sobre la arena, un charco de orina de yegua.
El torero se llama Manuel Granero. “Se diferenciaba de los otros matadores en que no tenía aspecto de carnicero, sino de príncipe encantador, muy viril y de perfecta esbeltez”. ¿Hachazo a los latin lovers o los está iluminando con los rayos del divino sol? Simona se encapricha, e imitando lo que harían años después Ava Gardner o el propio Ernest Hemingway, se sienta en la primera fila de la plaza para ver la corrida. ¿Nerviosos? Vamos a echar el freno de mano.
El viaje de Francia a España a través del País Vasco, a ver los toros, es la historia de Fiesta, ¿no? ¿Leería el señor de la barba blanca a Bataille? Desde luego, su escritura no tiene nada que ver. Georges es un petulante cirujano de las letras, que implanta las palabras en el texto perfectamente lubricadas, y Ernest, un experto y alborotador cuchillero, al que invitarías a un Martini seco sin dudarlo, para que te cuente sus aventuras noche sí y noche también.
7 de mayo de 1922. Simona pide a Sir Edmond los testículos del primer toro, exigiéndole que estén crudos. ¡Para que algunos maridos se quejen de los antojos de sus mujeres! Quiere sentarse sobre los genitales pero no lo hace. Muerde uno de ellos, y se penetra el otro “por el culo rosa y negro”, mientras una cornada atraviesa la cuenca del ojo derecho de Granero y toda la cabeza. El grito de terror inmenso del público coincide con el orgasmo breve de Simona. Se llevan al matador con el ojo fuera de su órbita. Sin pena ni gloria. Muu…
En Sevilla, donde aprovechan cualquier rincón para guardar el lápiz en el estuche, ocurre la escena cumbre de la novela, el éxtasis, el episodio que las nubes de David Mitchell o los vientos de Margaret Mitchell, jamás arrancarán de mi memoria. Sucede en la iglesia de Don Juan. Las pinturas de Valdés Leal de cuerpos en descomposición enmarcan el cuadro.
Simona se confiesa mientras se masturba con el rostro pegado a la reja, y se lo confía al párroco. “Rubio, muy bello, con un largo rostro enjuto y los pálidos ojos de un santo”. El so cerdote encalla. Perdón, el sacerdote calla. A partir de aquí, ella entra en trance. Se abandona al sexo una vez más. Arranca la maquinaria de succión y lengüetazos, profana lo sagrado. Sientan a Don Aminado en un trono donde le despojan de la ropa y de la dignidad. Le orinan. Allí se monta la de Dios es Cristo. Aunque no creas que Georges Bataille es tan original en su provocación. Ya en el siglo XII reproducían escenas sexuales en un templo cristiano. Puedes visitar la Colegiata de San Pedro de Cervatos, en Cantabria, por ejemplo, y fijarte en los canecillos románicos que coronan los muros y la portada. Alucinas.
Así es, asintió Sir Edmond, como ves, las hostias no son otra cosa que la esperma de Cristo bajo la forma de galletitas blancas. En cuanto al vino que se pone en el cáliz, los eclesiásticos dicen que es la sangre de Cristo, pero es evidente que se equivocan. Si de verdad fuera la sangre, beberían vino tinto, pero como sólo beben vino blanco, demuestran que en el fondo de su corazón saben bien que es orina.
¡Apostaría mi apostasía a que aquí beben tinto! El infeliz sacerdote mira fijamente el receptáculo de las hostias consagradas, hasta que le dan… con el cáliz en el rostro. Un futuro cardenal. Quieren que orine, y que luego se beba su propio pis. ¡Miserables sacrílegos!, pero él se deja… ¿o fue una violación? ¿Un mártir deshonrado? Unos psicópatas más peligrosos que los de los Funny Games de Michael Haneke. Lo inmovilizan con una cuerda y un cinturón. Ahí siento angustia y terror ante lo que me espera, ojalá ella no lo monte y se fecunde la semilla del diablo…
Obviamente, lo hace. Le aprieta la garganta para que sufra una erección, pues como bien cuenta Sir Edmund, los ahorcados mueren con el dedo sin uña apuntando al cielo. El narrador ejerce de mamporrero, pero a estas alturas ya nada nos sorprende. Entonces recuerdo una melodía de un músico que estiró la pata practicando el noble arte de la asfixia erótica.
La cara violácea del cura muerto no asusta ni por asomo, a una mosca que se posa sobre el ojo. Agita sus largas patas de pesadilla sobre el extraño globo. Es un huevo. O eso dice la loca. El inglés se lo arranca con unas pequeñas tijeras. Luego dicen que Tarantino es un bárbaro por cortar una oreja en Reservoir Dogs. La escena es brutal. El narrador y Simona fornicando en el altar de una iglesia. El cadáver del párroco ajusticiado, un cíclope de tres piernas, cuyo ciclo en la tierra ya ha terminado, yace en el suelo. Y Sir Edmund haciendo rodar el ojo entre las contorsiones de los cuerpos. Jugando. ¡Blasfemos! ¡Justicia salomónica!
Escapan de Sevilla por Ronda, huyen de la tórrida Andalucía vestidos de seminaristas con barba, fumando puros. Al cuarto día, el inglés compra un yate en Gibraltar y se lanzan hacia nuevas aventuras con una tripulación de negros. Deberían cortarme las puntas de la imaginación…
En la segunda parte nos explica de dónde ha sacado las ideas para escribir el relato, la delicadeza de la bestia. Y te das cuenta, triste de ti, que Georges es un hombre increíblemente sensato y cabal, que distingue entre el escándalo y el comportamiento “normal”. Si damos por hecho, que existe el comportamiento normal. Supongo que sabe que la primera parte la estudiarán los filósofos, y espera, que a estos, no se les arrime una jauría de psiquiatras.
Prefiere escribir el libro como terapia que ir a consulta. Buena elección. En la primera línea confiesa que todo lo detallado en la historia, es en parte imaginario. ¡Guau! ¿Sí? Qué decepción. ¿Y esta explicación? Su hermano contó después, que también. Una espiral de mentiras. Ficción, al fin y al cabo. De todas formas, es igual. Esta dosis de “sinceridad” me parece innecesaria, un miembro ortopédico para un cuerpo completo. Es como si Alfred Hitchcock desvelara sus trucos tras la película, o un mago proclamara al auditorio, que no hay magia en sus números. Coitus interruptus. En fin… los esqueletos vuelven al ataúd.
No me detengo más en estos recuerdos porque han perdido para mí, desde hace tiempo, su carácter afectivo. Sólo pudieron revivir cuando los transformé a tal grado que se volvieron irreconocibles para revestir, después de su deformación, el sentido más obsceno.
¿Te ha gustado o prefieres otro tipo de erotismo? ¿Sigues pensando que las 50 sombras de Grey merecen los millones de ventas? ¿Hay represión si no hay obscenidad? ¿Puede alguien decente escribir un libro indecente? ¿Se puede ser pornógrafo y filósofo? ¿Quería Bataille que le expulsaran de la “iglesia”? ¿Los mejores escenarios para el placer son improvisados?
– Presentación: Mundos paralelos | Historia del ojo de Georges Bataille
– Primer artículo de Gorka: Mundos paralelos | “Historia del ojo”, un guiño a la literatura erótica
– Primer artículo de Carlos: Mundos paralelos | “Historia del ojo”, los platos están hechos para sentarse
Confieso que he disfrutado más leyendo los artículos que la obra de Bataille. Será que mis perversiones no son tan oscuras o que simplemente no consigo encontrar el mensaje oculto entre los horrores.
No obstante, no creo que deje indiferente a nadie. Da miedo, para que negarlo, pero sin duda una obra que poco tiene que ver con el erotismo dulce y agradable.
No conozco las perversiones del famoso Grey, pero con todo lo que me han contado, lo que tengo claro es que para sus fieles seguidores esta obra sería demasiado.